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Corría el verano de 1999 cuando el FC Barcelona acudió a la Liga de Verano de Alcoy. Entre aquel selecto grupo de jugadores acnésicos se encontraba el barbilampiño Pau Gasol, junto a su inseparable, en aquel entonces, Juan Carlos Navarro. Fue MVP de aquel torneo y ganador del concurso de mates. Muy pocos (entre los que me incluyo) apostaban porque fuera a llegar donde ha llegado. Lo vi en directo y me gustó, pero no me deslumbró. Tiren de hemeroteca y verán cómo la mayoría de entrenadores ACB dice que sí, que sería un gran jugador por su inteligencia y su buena mano, pero poco más. Como dato anecdótico, destacamos que a su hermano Marc le pasó todo lo contrario. Empezó siendo un hombre de mucho peso (rozó la gordura) para, en la actualidad, tener una figura cuasi hercúlea.

Y es que desde su adolescencia hasta que pasó a formar parte de la primera plantilla del conjunto azulgrana el físico y la defensa de Pau Gasol fueron un lastre para él. Flaco, desgarbado, sin fuerza para frenar a rivales más potentes que él y con problemas de desplazamientos laterales a nivel defensivos… Muchos sumaban ‘peros’ a su incipiente carrera. Su primer entrenador en el equipo júnior del club barcelonés, Juan Llaneza, lo describió así: “Aunque siempre tuvo mucha confianza en sí mismo no tenía la misma convicción de que sus posibilidades eran grandes”. Sus 213 centímetros estaban por pulir, como se demuestra que gozaba de pocos minutos para un hombre de su envergadura. De hecho, en la selección española júnior que se proclamó campeona del mundo en 1998 ante Estados Unidos en Lisboa (94-87), Pau era un hombre de banquillo.

¿Cuándo llegó la transformación? Fue en la temporada 2000/2001 en la que alzó el título de campeón de Liga y Copa con el plantel que comandaba Aíto García Reneses. Ahí, el talento le ganó el pulso a un físico desgalichado y en construcción. En ambas finales fue nombrado mejor jugador y mucho le debe Pau al técnico madrileño, que sacó magia de su chistera para que emergiera de la manera que lo hizo Pau. Las franquicias de la NBA comenzaron a tocar a su puerta, que abrió el verano de 2001 a los Memphis Grizzlies tras ser drafteado como número 3 por Atlanta, que posteriormente cedió sus derechos al equipo de la ciudad de Elvis. Su primer año en la mejor liga de básquet del planeta fue bueno en cuanto a números ofensivos (fue galardonado como rookie del año), pero no tanto en el plano defensivo y reboteador. Sus oponentes le creaban muchos problemas jugando al poste bajo.

Pasaron las temporadas y el de Sant Boi fue moldeando su tipo a base de gimnasio y muchos batidos de proteínas, lo que le daba un aspecto menos enclenque y más musculado que en los albores de su trayectoria en tierras estadounidenses. Este cambio de look provocó que su participación en defensa y rebote fuesen mayores y se tradujo en mayor responsabilidad en las franquicias en las que militó, a la par que en un pasaporte para participar en el histórico All Star de 2006 en Houston. Fue el primer español en conseguirlo y ese hito le valió el reconocimiento del básquet mundial. Ese mismo verano escribió su primer gran éxito, aunque lo hiciera lesionado desde el banquillo, con la selección española. Pau gritó bien alto aquello de “campeones del mundo” en el pabellón de Saitama (Japón).

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Aunque las letras de oro de la carrera del catalán llegarían a su llegada a Los Angeles Lakers en febrero de 2008. No saboreó las mieles del éxito en la primera campaña con los angelinos (en la que firmó uno de sus ciclos menos anotadores con 16.9 puntos de media) ni a nivel individual ni tampoco a nivel colectivo. Las apuestas daban a los de Phil Jackson como máximos aspirantes al título, pero en esas apareció su archienemigo, Boston Celtics, y le arrebató el cetro (4-2 en la serie por el título). En aquella final, los medios estadounidenses atacaron al catalán por su floja participación en defensa y le pusieron el sobrenombre de Gasoft. Ya se encargaría él mismo de resquebrajar ese apodo la temporada siguiente, cuando logró el primer anillo de campeón de la NBA de su cuenta particular. Su ‘hermano’ Kobe Bryant y él brillaron más que nadie en la temporada regular y, posteriormente, dieron buena cuenta de todos sus rivales en las eliminatorias finales. Demostraron que juntos eran letales. A Gasol ya nadie podía acusarle de ´blando´ porque sus credenciales, avaladas por su rendimiento, se encargaban de tapar bocas.

Pasaron los años y la llama dorada se fue apagando. Tras la marcha de Phil Jackson, ni los Lakers ni Pau volvieron a ser los mismos y el de Sant Boi, totalmente consagrado, decidió cambiar de aires. Aterrizó en la ciudad que vio brillar a Michael Jordan, no sin antes ser despedido por el Staples Center de Los Angeles con una cerrada ovación. Hubo tiempo en 2015 para compartir All Star con su hermano y de comprobar que sus excelentes números no fueron suficientes para que los Bulls llegaran lejos en los playoffs (cayeron en las semifinales de Conferencia ante los Cavaliers). Sin duda, la pasada campaña fue una de las mejores de Gasol, que consiguió colarse en el segundo quinteto de la NBA… con 35 años.

Los números a nivel colectivo no engañan y Chicago cerró el curso 2015/2016 fuera de los playoffs, pero con Pau al frente, siempre sin esconderse, dando la cara y sumando buenos guarismos. Sin embargo, su aportación volvió a ser insuficiente. Hace unos meses entró como invitado en el All Star (su sexta participación) por lesión de Butler y disfrutó del que fue el último partido de las estrellas de su gran amigo Kobe. Ahora el futuro es incierto puesto que el barcelonés es agente libre y puede firmar por cualquier franquicia. Se rumorea que podría volver a Memphis donde coincidiría con Marc, pero todo es eso, mera hipótesis.

Esta carrera todavía no ha acabado, pero siempre viene bien recordar lo mucho que le ha costado a Pau Gasol ser quien es, uno de los mejores deportistas españoles de todos los tiempos. Pero antes habrá quien se acuerde de aquel joven desgarbado y sin fuerza que fue. A todos aquellos habría que recordarles una frase del recientemente desaparecido Prince (admirado por el jugador de Sant Boi): “Si quieres ver de dónde vengo, dónde estoy o a qué lugar me dirijo, la respuesta es Prince”. Aplíquenle a la fórmula el nombre del catalán y verán que también es válida.

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