La palabra “desastre” está presente en el discurso de Arcadi Oliveres i Boadella (Barcelona, 1945) cuando se le invita a reflexionar por la II República española. Sin embargo, el viejo profesor de Economía, aún en activo a sus 68 años en la Universitat Autònoma, utiliza el término para pintar el cuadro de las tendencias políticas y socioeconómicas que, según él, están llevando a Catalunya y España por un callejón sin salida. El presidente de la organización no gubernamental Justícia i Pau, de orientación humanista y cristiana, cree que ese “capitalismo sin freno ni dignidad” viene a ser el mismo mal al que tuvo que enfrentarse la España republicana durante los años de tensa paz y, después, en la cruenta Guerra Civil, “provocada por un nefasto asesino llamado Francisco Franco”. Pacifista por antonomasia, pero luchador innato desde los años 60 refleja sus convicciones en la elección de sus dos películas favoritas. Aunque no se declara “muy cinéfilo” elige dos clasicazos, de 1942 y 1957. Ambos títulos son bélicos, pero ni Casablanca ni Senderos de gloria ponen el acento en la batalla. La guerra, como en la vida del incansable conversador de dicción pausada que es Oliveres, es un telón de fondo sobre el que hay que pelear por una digna paz. “El único camino posible es el servicio de la dignidad”, le gusta remachar.

–¿Qué se sabía de la República en aquellas asambleas clandestinas en la Barcelona de los franquistas años 60?

–Las asambleas no las hacíamos para conmemorar la II República, pero es evidente que ese período actuaba como transfondo, como background, de aquello que nos gustaría que el sistema político tuviera. Quizás se magnificaba entonces el trabajo hecho durante la República, que no fue homogénea. Está claro que todos los años no fueron iguales, hubo gobiernos más y otros menos aconsejables. Lo que si nos parecía es que representaba una época dorada de la vida política española, truncada por un fascismo criminal que acabó con la República gracias a la ayuda extranjera y, sobre todo, al apoyo de una derecha que no quería perder sus privilegios.

–¿Cómo se transmitían esos conocimientos viviendo en un régimen de represión y censura? ¿Cuál es su primer recuerdo republicano?

–Lo que más me influyó fue el rechazo absoluto que mi padre tenía hacia la Guerra Civil por haber significado el fin de la República. Los padres de mi generación habían sido combatientes, republicanos en nuestro caso por haber sido catalanes, y tenían muy claro de cómo fue aquella República y por qué habían sido vencidos en la guerra. Mi padre tuvo que pasar un año en un campo de concentración de Pontevedra para purgar las penas de haber luchado contra Franco. Estas cosas te las explicaban y te quedaba grabado.

–¿En las casas había temor a hablar abiertamente de los ideales republicanos?

–La gente, por norma general, era muy prudente. Pero en los años 60, en la universidad ya sabíamos más o menos hasta donde podías llegar. Cada uno tenía dos opciones para elegir: clandestinidad o no clandestinidad. Yo nunca opté por la primera opción. Me movía el positivismo del sindicato de estudiantes con sus acciones y manifestaciones. Me negué a vivir escondido como hicieron, sin perder su fuerte compromiso vital, otros dirigentes de la época.

–¿Qué supuso la Transición para su generación?

–Esperanza y decepción. Esperanza por creer que con la muerte de Franco se arreglarían las cosas y, con el paso de los años, darnos cuenta de que no se había arreglado nada o solo pocas cosas. ¡Alguna cosa, sí, claro está! En tiempos de Franco no podíamos hablar de libertad de expresión y ahora la hay, pero el sistema socioeconómico sigue en las grandes manos de pequeños grupos de poderosos. Con el paso del tiempo se está acentuando.

–¿Los republicanos tuvieron que callar más durante el último lustro de los 70 que a lo largo del Franquismo?

–No, tuve que callar más mientras Franco estaba vivo.

–Los ecos del funeral de Adolfo Suárez todavía duran. ¿Los grandes partidos están sacando brillo de nuevo al relato oficial de la Transición?

–Sí. A mí me gustaría saber, si no, por qué ha levantado tanta polvareda recientemente el papel del rey durante el golpe de Estado [del 23-F]. Es algo que nunca se ha aclarado. Otra cosa inexplicable de la época es la dimisión de Adolfo Suárez. Según he leído en algún documento, creo que la causaron fuertes presiones militares. Vale la pena que la gente recupere en la medida de lo posible la verdadera historia de las cosas.

–¿Qué herencia republicana ha llegado hasta nuestros días?

–La herencia de la dignidad, de la inteligencia, de la igualdad, de los derechos de la mujer… la herencia de una civilización que avanza. Muchas cosas.

–¿El descrédito del bipartidismo PP-PSOE y la decadencia de la monarquía española está creando más republicanos en España?

–No. La mayor parte de la gente no se ha dado cuenta de que el capitalismo es un sistema económico inviable que debe ser cambiado. Yo me considero fervientemente republicano, pero soy más fervientemente anticapitalista. Tenemos un sistema nefasto que obligará a los que vienen detrás de nosotros a vivir muy mal. Por descontado, hay que sacar a todas las monarquías europeas, asiáticas o de donde sean del mapa. Es una vergüenza mantener esa institución medieval, pero, hoy por hoy, es más nefasto el capitalismo que la monarquía.

–¿Qué es para usted una monarquía?

–Un sistema ancestral fruto de la debilidad. Hasta el final de la II Guerra Mundial, en Japón el emperador Hirohito era considerado un dios. Imagínate hasta donde vamos a llegar cuando los que nos dirigen creen ser reencarnaciones divinas para aumentar y aposentar su poder. Es una aberración absoluta, un insulto. Las monarquías deben descender a los pueblos. ¿Lo han hecho en algunos casos? Sí, pero creo que les falta un último paso: el de desaparecer.

Oliveres, durante la conversación con Negra Tinta. Pablo Sierra

–Se definía hace un momento como anticapitalista por encima de republicano. Durante la República y la Guerra Civil, entre los leales a la República se vivió un gran debate interno sobre el sistema económico por el que apostar.

–Republicano lo soy. Soy más anticapitalista que antimonárquico.

–De acuerdo. Deme su opinión sobre esa encrucijada económica.

–Hubo un período en el que gobernaron las derechas, con la CEDA, en la que no había anticapitalismo. El único momento verdaderamente anticapitalista nos lo dio el gobierno del Frente Popular a partir de febrero de 1936.

–¿Fue un factor para perder la guerra? También había republicanos más conservadores que no apoyaron a los sublevados.

–Seguramente, hubo cosas que se hicieron deficientemente por parte de la izquierda.

–¿Dónde estuvo el punto de inflexión?

–Quizás… [medita] No soy un estudioso de la Guerra Civil. No me apasiona. En verdad, no me apasiona ninguna guerra. Ahora, por ejemplo, no he leído nada de nada sobre la Primera Guerra Mundial. No es un tema que me atraiga demasiado. Creo que allí [en la Guerra Civil] hubo apoyos internacionales, incluso en los casos de los países aparentemente neutrales, caso de Gran Bretaña, EE UU o Francia. Apoyos subliminales a un régimen de nacimiento y origen fascista que estaba claramente apoyado por la Alemania nazi y la Italia de Mussolini. A partir de ahí la República tuvo muchas dificultades.

–¿Republicanos y fascistas provocaron a partes iguales la Guerra Civil?

–El gran culpable de la guerra es un criminal y asesino llamado Francisco Franco. Esto hay que decirlo públicamente. Ese señor es de lo peorcito que ha dado la historia, al menos, en España. Es el responsable número 1. Traicionando sus propios juramentos militares se alza en contra de la República. ¡Pero es que además mata a sus propios compañeros para obtener un poder absoluto en el cual se mantendrá 40 años! Evidentemente, que otros dirigentes fascistas lo hicieron muy mal y que algunos republicanos lo hicieron mal en aquel momento, también hay que decirlo.

–¿Quién traicionó a la República?

–Primero, la derecha de Gil-Robles, que ya estaba por principios poco convencida de la bondad de la República. Pero, sin ser un entendido de la Guerra Civil, creo que lo que hundió a la democracia fueron las enormes discrepancias que se dieron entre socialistas y comunistas, por un lado, y anarquistas, por otro. Estas divisiones de la izquierda le hicieron muchísimo mal.

–¿Siguen existiendo esos enemigos?

–Algunos sí y otros no. Ya no estamos amenazados por criminales fascistas, pero la República, como defensora de los derechos humanos, libertades y derechos, como los femeninos, sigue encontrándose hoy en día con muchos problemas.

Arcadi Oliveres

–Aquella España que pasa de monárquica a republicana tenía amplísimas capas de su población y geografía bajo condiciones tercermundistas…

–… condiciones que fueron mejoradas bajo la legislación republicana, por descontado. Esto vale la pena tenerlo en cuenta. No solamente eran decretos políticos, también eran decretos económicos y sociales los que hicieron avanzar a la población.

–El nacional-catolicismo que se incubó entre 1931 y 1936 utilizó la religión católica como un ariete contra el nuevo orden democrático, pintando a los republicanos como enemigos de Dios.

–Es vergonzoso ver aquellas imágenes de brazos alzados de los cardenales Segura, Gomá o Pla y Deniel, los capitostes de aquella iglesia filofascista. Pero no hay que olvidar cuantos curas vascos murieron para defender a la República o las revuelta eclesiales, no en tiempos de la guerra sino de la dictadura. Yo recuerdo, porque ya tenía edad para verlo, las manifestaciones de curas por la Via Laietana en los años 66 y 67 de sacerdotes, concentraciones cien por cien antifranquistas. Ahora estamos conmemorando con diferentes exposiciones en Barcelona las declaraciones del abad Escarré de Montserrat en contra de Franco, aparecidas en el Le Monde hace ahora 50 años. Había diversas facciones, aunque la jerarquía era casi totalmente fascista, excepto algunos casos destacables, como el cardenal primado de Tarragona, Vidal i Barraquer, que en su momento supo enfrentarse [al régimen] y le costó el exilio.

–¿La Iglesia Católica española sigue igual?

–Hombre, no hace falta exiliarse, pero seguimos igual. Si escuchamos las declaraciones del cardenal Rouco-Varela de hace unas semanas nos trasladamos a tiempos prehistóricos.

–Tras haber tenido a un presidente como Tarancón en los años 70, ¿cómo se explica esta involución?

–Porque la iglesia tiene un carácter pendular. El catolicismo, no solo en España, tuvo un avance espectacular en los tiempos de Juan XXIII y Pablo VI, pero el reestructuracionismo de Juan Pablo II fue una marcha atrás. Por eso hemos pasado de aquellas posiciones, digamos avanzadas, de Tarancón a estas ultraconservadoras de Rouco.

–¿Dios sería republicano?

–Por principio.

–Explíquese.

–La república es el sistema que más respeta a la dignidad de las personas y yo supongo que Dios quiere a los hombres dignos. Una monarquía no quiere a los hombres iguales: sacraliza a una familia en detrimento de las demás. Incluso, en la monarquía española, discrimina a la mujer en beneficio del hombre, algo que no pasa en otros países.

–¿Cómo debería ser la III República española?

–No sé si debería haber una III República española o repúblicas vasca, gallega, catalana y castellana. Este es un tema que está encima de la mesa. Ahora, admitiendo que hubiera una española debería tener características que le sirvieran para servir con dignidad a sus ciudadanos, los nacidos aquí y, también, los venidos de fuera, que parece que se olvidan con facilidad. Servirles con dignidad significa asegurarles trabajo, salarios, darles un estado del bienestar, cuidar a la ciudadanía…

–Recuperar los derechos que se están perdiendo en España.

–Evidentemente. Se están perdiendo por culpa de una minoría que ha reforzado los privilegios que se han creado ellos mismos y de una mayoría que, ignorante, siguiendo estupideces televisivas, partidos de fútbol y reality-shows no sabe nunca lo que está votando. Hay una parte de responsabilidad nuestra por la aceptación del medio de imbecilización que crea este problema.

–Hemos tocado la cuestión catalana. ¿La II República llegó a entender a su nación?

–No mucho. Algunos dirigentes políticos, quizás sí. Otros, con más dificultad. El hecho de que fueran republicanos no significaba que fueran independentistas. La relación entre una España plural y abierta y otra más cerrada y centralista también es un viaje pendular. Veremos cuál será el desenlace, pero hasta ahora han ido así las cosas. Fíjate en lo que ocurrió en el Protectorado español en Marruecos. Siguieron viviendo igual de mal con monarquía, república o dictadura. Eso no es patrimonio español. Las grandes potencias siempre han tenido a las colonias hechas un asco: fíjate en cómo trató la Francia republicana a Argelia.

–¿Entre el 14 de abril de 1931 y la primavera de 1939 con qué momento se queda?

–Seguramente, con el triunfo del Frente Popular en febrero del 36. Consecuentemente, me quedo con algo que a mí me ha parecido casi milagroso: la implantación de un sistema cooperativista en las empresas catalanas. Para mí, la iluminación máxima de la economía no es el capitalismo ni el comunismo: es el cooperativismo. Y en aquel momento se implantó un verdadero sistema de colectivizaciones en Catalunya. Duró poco, pero es que la República nació en circunstancias muy difíciles: después del crack del 29.

–Grandes reformas. Prisa por llevarlas a cabo. Una crisis económica global. ¿Fue un cóctel molotov para Azaña y compañía?

–Es el viaje pendular del que hemos hablado, pero a la inversa. La República intentó arreglar las condiciones vitales de la gente en un momento muy adverso.

–Me ha dicho que la CEDA falló a la República. ¿La Lliga Regionalista también? ¿Ve paralelismos entre su republicanismo y el independentismo del que hace gala en los últimos tiempos CiU?

–No. Los señores [Francesc] Cambó y compañía fueron republicanos, pero no apoyaron nunca la independencia. El señor Artur Mas, al que le tengo mucho respeto, o al menos el partido que dice que le apoya, Convergència, predica una independencia que no se la cree.

–Si Convergència no es independentista, ¿dónde queda Unió?

–Hay gente para todo. En ambos partidos hay más gente que no se lo cree que la que sí se lo cree.

–ERC es el único partido de los años 30 que continúa existiendo en la actualidad. Con la erre de República en sus siglas.

–La de ERC es una bonita historia. Sigue existiendo, sí, y con el mismo nombre, pero como republicana ha respetado bastante a la monarquía. No creo, en cambio, que llevar el adjetivo republicano en las siglas esté estigmatizado: en la Transición hubo un partido llamado Izquierda Republicana, es verdad, y ahora no hay ninguno con representación. No creo que se trate de un tabú, sino más bien de una falta de apoyo social. En el caso de ERC, además, lo de esquerra por la política que está aplicando ahora mismo nadie se lo creería. Está apoyando las políticas claramente derechizantes de Convergència. Si lo hace por estrategia o porque se lo cree de verdad, ya no lo sé; de momento está causando sufrimiento a la población. Esto no es nuevo. Macià era de derechas. Por eso a mí siempre me gustó Companys. Un tipo trabajador y comprometido con sus ideas sociales y con su país.

–¿Quién encarnaría ese ideal republicano en una Catalunya hipotéticamente independiente?

–Nunca he sido de ningún partido, pero esos ideales están bastantes vinculados con Iniciativa per Catalunya, Esquerra Unida i Alternativa y las CUP. No hay que hacer mucho caso a ERC. En cambio, la irrupción de las CUP en la política nacional catalana es sana y prometedora.

–En menos de cuatro décadas de democracia hemos tenido media docena de reformas educativas. ¿Alguna supera a los planes de educación de los primeros gobiernos de Azaña?

–Ha habido cosas buenas, pero otras que han sido un desastre. Una de ellas la adaptación del calendario juliano. El ministerio actual del señor Wert es nefasto y echa por tierra el trabajo de otros ministros de Educación que han intentado hacer las cosas bien, incluso y curiosamente, en los últimos años del Franquismo con un señor muy amable, que se llamaba Joaquín Ruiz-Giménez, y que intentó trabajar mínimamente bien. Sin embargo, estas reformas educativas han llevado a España a peor. En el caso catalán, la inversión en normalización lingüística ha dejado resultados positivos.

–¿Qué agregaría a la educación actual?

–Es la base de todo y le faltan muchos aspectos por cubrir. Debe enseñar a ser dignos y sostenibles, a derribar fronteras e inculcar que el lucro no puede ser la base de nuestras vidas. Esos ideales faltan bastante en nuestra sociedad.

–Entonces no estamos preparados para pasar de un sistema capitalista a una economía colectiva y sostenible, ¿no?

–Debería estarlo, pero aún no está preparada, entre otras cosas, porque las facultades de Economía y las escuelas de negocios instruyen en dirección contraria. ¡Son un verdadero desastre! Hoy en día, la universidad intenta perpetuar el sistema. No hay desastre mayor en educación que el Plan Bolonia. Sencillamente, pone la universidad al servicio de mercado y capitalismo. Esto es fatal para el futuro de los que reciben estas enseñanzas.

–Da impresión de ser de los que piensa que somos buenos por naturaleza.

–Efectivamente, soy bastante seguidor de Rousseau. Si no somos ni buenos, ni malos ni violento ni no violento por naturaleza… la educación tiene un poder importantísimo. Si el hombre fuera bueno o malo por naturaleza, la educación no tendría nada que hacer.

–Va a dejar en breve la presidencia de Justícia i Pau después de un cuarto de siglo en la directiva. ¿Qué cree que ha conseguido esta ONG en estos años?

–Conseguir crear conciencia colectiva en el ámbito de los derechos humanos. Por ejemplo, fuimos importantes para abolir el servicio militar obligatorio. Justícia i Pau ha sido un fuerte luchador por la regularización de los inmigrantes en España y ha participado en campañas mundiales de concienciación medioambiental. Pero lo más importante es que, desde esta organización, han surgido plataformas que han encabezado lo que hoy conocemos por mareas de protesta. Incluso, ha trabajado campos que han acabado convirtiéndose en preocupaciones que ahora están de actualidad. Dentro de Justícia i Pau se plantó la semilla de lo que acabó siendo la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Aquí, ya nos preocupábamos por el problema de la vivienda hace 15 ó 20 años.

 

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