“Las únicas elecciones relevantes de este año se llevarán a cabo el día 3 de Mayo en Cherán, el resto es mera teatralidad impuesta”. Ximena Peredo

Tiempo atrás, el pueblo purépecha de Cherán (Michoacán, México), despojado de sus bienes, bosques y tierras, hizo antesala en diversas oficinas de gobierno buscando solución a sus problemas. Mafias talaban indiscriminadamente sus árboles mientras asesinaban a quien osara defenderlos. Ni el gobierno municipal del PRI, ni el estatal del PRD, y mucho menos el federal del PAN, quisieron dar solución a esta problemática por lo que, armados de ideas y mucho valor, en el año 2011 los ciudadanos reunidos en asamblea comunitaria decidieron expulsar, por propia mano, al crimen organizado de su tierra. Cuando hablamos de crimen no nos referimos únicamente al hampa que arrasaba sin límite alguno los bosques, sino que –lo que ilustra la situación en México– el pueblo desterró a la policía local y representantes de partidos políticos.

Empezó así  la gran enseñanza de este pequeño pueblo que, desde entonces, se autogobierna bajo el manto de ‘Usos y costumbres’, y que no es  otra cosa más allá que la democracia pura, tangible y de fondo: el pueblo en su totalidad, sin distinción de colores agrupados en partidos políticos, elige en asamblea arropados bajo el calor de “La Fogata”, qué es lo mejor para su propia comunidad. El resultado es una muy considerable baja en los niveles de criminalidad de Cherán, inmerso en un Estado sin ley ni son como lo es Michoacán. Ya no hay tala en sus bosques y la corrupción parece ser manjar de otros buitres. Las mujeres, como siempre las mujeres, son quienes realmente tomaron las riendas de la vida diaria mientras que La Ley la hacen valer hombres locales bajo el ojo paternal de un Consejo de doce viejos hombres que son el pilar del buen funcionamiento en la comunidad. Así pues, Cherán nos enseñó que el pueblo se puede gobernar y que los partidos políticos están partidos.

Viene a cuento esta historia hoy que las campañas electorales han iniciado en México. Entiendo la nostalgia que significa elegir. Crecí en una tierra en la que los muertos votaban por el PRI, fui Consejero Distrital del IFE en Nuevo León y creí, en algún tiempo, que votar significaba elegir. Sentimos que al acudir a las urnas y votar por un candidato estamos ejerciendo nuestro derecho a la democracia, o por lo menos al inicio de ésta. Entiendo que un país como México, con una larga tradición dictatorial e impositiva, las elecciones significaron un parteaguas importante en nuestro sentir nacional. Pero pasa que el sueño duró muy poco; salvo las elecciones de 1997 cuando Woldenberg y compañía nos hicieron creer; además de la caída del PRI en el 2000 y el “ya merito” de López Obrador en 2006, exceptuando ello, las elecciones en México sólo se han tratado de elegir pan con lo mismo.

Al llegar a la casilla de votación, y aunque veamos emblemas de distintos colores, las opciones no son muchas: seleccionamos entre un verraco que debe su candidatura a un padrino político con una cola tan larga como la de un dinosaurio, dueño de cientos de negocios repartidos con una cofradía que da miedo y un futuro que les da risa ya que somos nosotros quienes los sostenemos. Al lado está ésa otra opción que es un partido familiar, una agencia de colocaciones, una sonrisa tan falsa como un culebrón, una mano ‘amiga’ que nunca se acuerda de sus promesas, un compromiso al aire, un sucio negocio por venir, un porvenir sin suelo, un cartel que contamina, unos pesos -que no son suyos- hipotecados, una sociedad que no importa, unos pobres que no se ven y un votante que sólo tiene valía en la medida de que su carnet de votar esté al día.

Votar, ¿para qué? ¿Para mantener la falsa idea de que vivimos en democracia? ¿Para sostener el negocio del Verde, del MC, del PT, del PANAL y esos otros nuevos satélites cuyas siglas y procedencia nadie conoce? ¿Para verle la cara al Señor candidato (candidata si bien nos va) sólo hasta la próxima jornada electoral? ¿Votar para sustentar un sistema opresor? ¿Para que el PRIAN siga perpetuando mayorías que aplastan y la ‘izquierda’ subsista a pesar de vivir a la deriva?

Que si no votamos gana el PRI, dicen. ¿Y qué?, ¿pasaría algo mejor si gana cualquiera de los otros?, ¿vale la pena sostenerles el juego, el teatro, la pantomima si todos y cada uno de ellos pertenecen a la misma cofradía? ¿Por qué mejor NO votar, no seguir costeando su juego? Si alcanzamos un abstencionismo del 80%, lo cual es bastante factible mirando las estadísticas, ¿no sería esto un claro mensaje a la clase política? Aunado a ello, si en lugar de acudir a las urnas el 7 de junio, nos concentramos en las calles y exigimos gobiernos de verdad ¿qué pasaría?, ¿no cree usted que el gobierno, del color que sea, se cagaría de miedo al vernos organizados de verdad, dispuestos a no seguir la parodia electoral?

Con tinta de color negro, escribe Ximena Peredo la clave del 7 de junio: “Mientras las ideas estúpidas requieren millones de publicidad para parecer convincentes –tomar Coca Cola, por ejemplo, o votar por X partido– las ideas lógicas se esparcen de boca en boca, generando cambios en nuestra mirada que ya no tienen retorno. Creo que si manifestamos públicamente las razones que tenemos para no votar, las causas de nuestra radical protesta, podremos convertir el 7 de Junio en una protesta histórica –a nivel mundial- contra el fracaso de la “modernidad democrática” que terminó convertida en otro tipo de colonización desastrosa.”

Ellos quieren que nosotros estemos allí, el 7 de junio, haciendo fila para llegar a ningún lado. Es momento de concentrarnos: 7 de junio, ni un voto a los partidos, sí un voto a los ciudadanos.

Fotografía cortesía de Orsetta Bellani; www.sobreamericalatina.com

 Posdata en botella de mar:

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