La música es un arte de una naturaleza enérgica considerable. Cuando el ritmo toma un tempo, se alía con la harmonía y la melodía y se apuntala con un texto certero, la experiencia enérgica puede ser hipnótica. Se trata de una creación que suele producirse de manera meditada, aún siendo impulsiva. Existe un orden en el caos. Uno se asombra al comprobar cómo, en ocasiones, ese mismo tipo de energía se da en disciplinas sin lugar para el orden y la premeditación, disciplinas que viven siempre de la improvisación.

De repente estalla un gran estruendo que nos llama la atención, una gran obertura, junto después la intensidad cae mientras una voz te susurra al oído, de nuevo un estallido, de nuevo un susurro, y la temperatura empieza a subir con un ritmo constante e imparable hasta el épico final. ¿Es una canción, o Sugar Shane Mosley y Óscar de la Hoya batiéndose sobre un ring de boxeo? Los grandes combates parecen seguir una buena partitura. Existe ahí una relación estrecha entre ambas disciplinas: en el magnetismo. Así, es lógico que entre los músicos existan grandes adictos a las veladas.

Muchos utilizaron el boxeo para crear. La imagen del boxeador como héroe trágico que se sublima después de caer y viviendo su catarsis final es materia prima de uso común en miles de letras. Así, Simon & Garfunkel convocan a un fantasmagórico boxeador afligido que resiste los golpes en The Boxer; también Morrissey se apunta al tópico describiendo la decadencia del boxeador en Boxers; en España son muy comunes las referencias al boxeo de categorías menores por parte de Quique González, ferviente seguidor del arte del pugilismo; lo es también, y mucho, el autor de la que, seguramente, es la más emblemática canción sobre el boxeo. Bob Dylan y su Hurricane, denunciaron las lagunas existentes en la investigación y el juicio por asesinato del recientemente fallecido boxeador afroamericano, Rubin Hurricane Carter. Aquella canción se convirtió en un signo de la lucha del colectivo afroamericano por sus derechos sociales durante los años 70.

Más allá del texto la historia ha unido a la música y el boxeo gracias al cine. Todos nos ponemos de puntillas, comenzamos esos delicados pasos alternados entre las puntas del pie derecho y el izquierdo, como bailando, alzamos los puños y nos cubrimos el rostro cuando empieza a sonar Eye of the tiger de Survivor. La canción que acompañaba a Rocky Balboa (Rocky, John G. Avildsen, 1976) en su entrenamiento y le ayudó a enfrentarse a Apollo Creed nos conduce directamente a aquellas escalinatas de Philadelphia, a aquel ring. Sin embargo, si hay un pasaje musical que acompaña con elegancia el bailoteo de un boxeador sobre el ring, esas son las notas de la Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni, que marcan el compás a Robert de Niro en la obertura de Toro Salvaje (Martin Scorsese, 1980), concentrado entre el humo que cubre el ring.

Así de fuerte se golpea en el boxeo, como se golpea en la música.

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