La permanente americanización cultural planetaria parece traspasar las parcialmente valladas fronteras españolas no sólo en lo estético. No sólo para que en el PSOE muestren a Pedro Sánchez y Begoña Fernández (su mujer) como un feliz matrimonio con la bandera patria al fondo, al más puro estilo americano (léase estadounidense) que los Underwood representan en House of Cards. No sólo para que el PP presente nuevo logo en un espacio tecnologizado en el que se respira entertainment. La enésima reamericanización política española delimita la propia política y toda conversación al respecto instalando el modelo lingüístico y discursivo de lo políticamente correcto.

Tengo la sensación de que, en general, tendemos cada vez más a esa corrección política. En una tertulia de tv, en el trabajo, en el bar, en una comida familiar. Es como si para aportar un punto de vista nuevo o para criticar lo que la mayoría no critica, fuera necesario añadir, a priori, alguna especie de prueba que, a pesar de la crítica que viene, evidencie nuestro acatamiento de lo que unos llaman consenso, otros relato oficial, y otros, los más descarados, sentido común. Pero en realidad es una especie de autocensura retórica que delimita los límites de toda conversación y de toda capacidad crítica que pueda ser útil para evolucionar en la discusión de cualquier aspecto. Lo que nos dice es: si te vas a salir del tiesto, avisa para que la gente no te tome totalmente en serio. Qué sería del ser humano sin que tantos y tantos miembros de la especie no hubieran meado fuera del tiesto, aunque sólo fuera por curiosidad. O precisamente por eso.

Dos ejemplos de esta tendencia:

Muchos periodistas que, en favor de su credibilidad y rigor, se sienten en la necesidad de aportar un punto de vista negativo de Podemos antes de decir algo a favor. O como mínimo, aclaran que no son votantes del partido, y luego ya empiezan a explicarse y el lector/espectador se da cuenta de que, en muchas ocasiones, no hay argumento contrario a Podemos. Pero en según qué círculos, no está bien defender algo que defiendan ellos. No importa qué. Podemos es el mal. Y también todo lo que propongan. En realidad, este tipo de periodistas están diciendo: voy a situarme un momento del lado de una nueva idea o propuesta, pero enseguida vuelvo a mi saco, no se me preocupen. También sucede al contrario: para criticar a Podemos necesitan dejar claro que los respetan, que no piensan que sean bolivarianos terroristas, o incluso que tienen un amigo en Podemos, como esos que dicen tener un amigo gay o negro.

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Como siempre, se trata de dejar claro el saco en el que puede meter el espectador nuestras opiniones. Fuera de ese saco, todo languidece. Pasa lo mismo cuando conocemos a alguien: al principio pasamos por una etapa en la que parece que quisiéramos expresar todos nuestros gustos de golpe, para que la otra persona se forme una idea de nosotros lo más rápida y cercana posible, no a la realidad, sino a la imagen que queremos trasladar de nosotros mismos (la realidad será descubierta, para bien o para mal, cuando esa etapa inicial de “exposición” evolucione a una etapa más auténtica en la que, ya sí, empezamos a conocer al otro “de verdad”).

La política (y las redes sociales, de ahí parte de su éxito) se queda en la primera etapa, no va más allá: se trata de fijar mensajes, de vender el producto. Y a muchos periodistas y analistas políticos les sucede lo mismo, en parte porque el espacio informativo y los medios disponibles reclaman rapidez e inmediatez. No da tiempo a explicar un contexto, a analizar las causas y consecuencias de una noticia, no da tiempo a hacer periodismo en su vertiente más pedagógica y útil para el debate público. Se recurre simplemente a la opinión respecto a cualquier tema (más allá del grado de conocimiento que se tenga sobre él).

El otro ejemplo es la percepción de la derecha ideológica en España. Resulta evidente que “la estrategia NOAL” (no alternative) ha sido un éxito de ventas (el ejemplo más reciente es el caso griego). Inaugurada en los años ochenta por Thatcher y Reagan, esta estrategia vende y promulga que no hay alternativa a la ideología neoliberal actual: o nosotros o el caos. El éxito radica en que gran parte del público ciudadano tiene arraigada la idea de que otro tipo de sistema nos llevaría poco menos que a la barbarie. Pero esta estrategia, responda o no a una realidad, no es exclusividad neoliberal. También es empleada en otro sentido como herramienta por muchos partidarios de la izquierda para anular cualquier propuesta o idea que provenga de alguien que se declara de derechas. En España, por razones obvias, a la derecha se la identifica con el franquismo, irremediablemente. Y con el PP. Ese es parte del problema, claro.

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En este sentido, Ciudadanos pretende venderse de manera inteligente como la nueva derecha, algo así como un PP sin arrugas ni sotanas (su tendencia económica les delata, por mucho que cuando toque se declaren socialdemócratas). Una derecha sin la influencia religiosa y franquista del partido que aún congrega a la mayoría de la derecha española. Una derecha sensata, que dicen ellos. Pero a la espera de que la idea de una nueva derecha arraigue o no en el imaginario popular, cualquiera que se declare de derechas es sospechoso de facha, y del PP, y por tanto, da igual lo que diga, defienda o pretenda discutir: no va a aportar nada y no se le puede tener en cuenta, y no sólo a esa persona o político, también sus propuestas y argumentos (lo que es peor).

Lo que llamamos “derecha” ahora no defiende los mismos postulados ni tiene los mismos objetivos políticos y económicos que tenía la derecha franquista, a pesar de que la derecha en España tiene unas características que no tienen otras derechas europeas, y a pesar de la presencia individual de muchos descendientes ideológicos, unos mejor disfrazados que otros. Ahora “ser de derechas” es ser neoliberal. Ser de derechas es defender el libre mercado y la prioridad de las finanzas frente a la economía productiva y la política social. Excepto en España, que seguimos vinculando la derecha con los mismos valores de siempre, y ser de derechas es llevar una bandera de España, ir a misa y odiar a los rojos.

Casi siempre hay alternativa, a uno y otro lado. No merece la pena anular esas alternativas, sean las que sean. Porque entonces no perdemos su capacidad para abrirnos los ojos, aunque sea por exclusión: no sé lo que quiero, pero sé lo que no quiero, que canta Calamaro.

Fotografías: Wikimedia Commons

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