Hubo quien me recomendó no ir. No vale la pena, decían; pero a pesar de que no me sobrara el tiempo, espíritu contradictorio, me acerqué hasta Glasgow.
El campo base lo tenía en Edimburgo, y de allí partía y regresaba diariamente para visitar lugares durante los cinco días que estuve en Escocia. Mi lema era economizar al máximo el tiempo de que disponía puesto que no era demasiado y quería transformarlo en, al menos, suficiente.
Paseo por los alrededores del centro de Glasgow y a mediodía decido detenerme a tomar un café. Sorpresa porque sólo una libra es lo que me cobran estando la terraza del local junto a la GoMA, la Galería de Arte Moderno de Glasgow.
Como la entrada es gratuita, aprovecho y accedo a comprobar con qué me sorprenden allí dentro. Nada del otro jueves, si soy sincero, en las tres primeras plantas –o al menos eso me pareció a mí, alguien que de arte contemporáneo más bien poco-. La sorpresa me la llevo al llegar a la cuarta planta, la última.
En el último piso todo parece desordenado, las paredes salpicadas de retales de cartulina, cosas por el suelo, mesas y sillas de pequeño tamaño… Me informa el vigilante de algo que, caramba, me sorprende incluso más que el precio del espresso que he tomado un par de horas antes: el ayuntamiento ha dedicado la última planta de la GoMA a los niños de la ciudad. Les ha habilitado un lugar en el que no sólo puedan expresarse libremente sino además exponer sus creaciones para que el visitante las contemple.
Reparo, ya sí, en lo que veo. En inglés, un crío solicita que le dejen subir más árboles; otro quiere jugar más y trabajar menos; otro nos aconseja que vivamos el amor y que amemos la vida, y algunos simplemente han puesto su nombre.
Definitivamente Glasgow no es una gran ciudad. Más si cabe al escuchar a un grupo tocar de maravilla en un local de copas y comprobar que no puedes entrar porque la puerta está cerrada. Borde en apariencia y exclusiva en esencia; melómana, insinuante es Glasgow.
Si decidís ir, no olvidéis que en el centro de la ciudad se levanta un edificio llamado GoMA, que su entrada es gratuita y que su última planta vale mucho la pena.