He sabido que  he dejado de ser joven cuando he comenzado a sentirme más pesado.  Eso significa hacerse mayor, volverse pesado. Ser joven es lo contrario, ser joven es ser ligero.

Así, cuando era joven reía mucho, y la risa es ligera. Ahora que soy más mayor pienso mucho, y pensar es pesado. Cuando era joven vivía exclusivamente en un presente despreocupado, y el presente es ligero. Ahora que soy más mayor, a veces vivo en el pasado, que es pesado, y a veces en el futuro, que también lo es. Cuando era joven hablaba mucho, y la palabrería es ligera. Ahora callo más, y el silencio es pesado.  Cuando era joven era risueño, optimista, ingenuo. Confiaba en la gente,  en la literatura, en el mundo, en mi mismo, en el futuro, y también la confianza es ligera. Ahora por el contrario soy más realista, descreído, serio, y la seriedad es pesada. Y desconfío: de mis creencias, de los caprichos de nuestros deseos, de las buenas intenciones de la gente, de las palabras bonitas y de las grandes causas; sospecho y la sospecha es pesada.

Sucede sin embargo que ser joven, y por tanto ligero, implica también ser volátil, inconstante, poco fiable, poco consistente, como la casa de paja de los tres cerditos. Cuando eres ligero nada te impregna, nada te deja marca, te pierdes en ensoñaciones entre las nubes de tu cabeza y con esa atrevida arrogancia propia de la juventud, piensas que ya lo sabes todo sobre el mundo. Cuando eres ligero todo es un ir y venir, un estar mucho sin ser nada, es enamorarse de todo sin amar nada, es un fuego de una cerilla que luce pero no quema.

«Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?», se pregunta Milan Kundera en La insoportable levedad del ser. Según él, Parménides ─un filósofo presocrático que estudiábamos en la primera clase de historia de la filosofía─ dividía el mundo en en principios contradictorios: luz/oscuridad, calor/frío, bello/feo, ser/no-ser; uno de los cuales era positivo, y el otro negativo. Similar al Ying y al Yan. Sin embargo, con el peso no se decidía. Parménides concluyó que ser leve es positivo. Kundera lo contrario: en la carga está la plenitud de la vida. ¿Quién de los dos tiene razón? ¿Es positivo lo ligero? ¿O es positivo lo pesado? Y haciendo un juego de silogismos: ¿ es positivo ser joven?, ¿o es positivo ser adulto?

Yo amo este peso. Gracias él tengo los pies en la tierra. Ahora me siento  más fiable, más reposado, más sereno; más en contacto con la realidad. Ahora que soy consciente de mi peso también soy menos ególatra. Me sé una persona normal en mitad de gente normal. Y curiosamente, aunque a menudo también mediocre, aburrido, ignorante, cobarde y culpable, soy por otra parte más sabio. Y me encuentro más preparado para amar, porque el amor es pesado… ¿Verdad?

Algunos días sin embargo añoro esa exuberancia, y ese hambre, y esa incandescencia. Siempre deseamos lo otro, lo que no coincide con uno mismo, lo distinto de lo que ya somos. Eso es una constante. Por lo demás, todo cambia y eso lo dijo Heráclito, filósofo presocrático también y enemigo íntimo de Parménides, su principio contradictorio.  Nosotros también cambiamos. Algunas veces somos jóvenes y mayores de un mes a otro. En ocasiones somos jóvenes y viejos en el mismo día. Sería terrible ser siempre los mismos. Entonces recuerdo ese verso de Dylan que dice «i was so much older then, im younger than that now«, y me pregunto cuándo volveré a ser joven.

 

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