David Picazo (Albacete, 1978) llega relajado al Círculo de Bellas Artes de Madrid. Ahora su jornada laboral se circunscribe al Telediario de los mediodías en Televisión Española cuando hasta el pasado mes de julio ejercía de corresponsal para el ente público en París. Por eso, pocos periodistas españoles mejor que él para dialogar sobre la actualidad del país vecino. A Picazo la noticia del atentado en la revista Charlie Hebdo le conmocionó especialmente cuando terminó de trabajar y se puso a reflexionar «en frío» sobre lo ocurrido en la capital francesa, la ciudad que fue su hogar entre 2009 y 2014. Era 7 de enero, justamente el día en el que él cumplía 37 años.


–¿Cómo te enteraste de los asesinatos perpetrados en la revista Charlie Hebdo? ¿Estabas trabajando aquel día?

–Estábamos preparando la sección de Internacional del Telediario y una redactora, Anna Bosch, fue la que me comentó lo que estaba pasando porque en ese momento estaba escuchando una radio francesa que explicaba el ataque contra la revista. En ese momento las informaciones que daban agencias como France Press y Reuters aún eran confusas, pero varios medios franceses ya daban la cifra de ocho fallecidos, que fue aumentando a diez y doce con la huida de los hermanos Kouati.

–Las televisiones que emiten en árabe tienen fama de ser uno de los medios que más rápido y preciso informan de noticias como esta, que no figuran en la agenda.

–En este caso, al ocurrir en el centro de París, los primeros en llegar fueron los propios medios franceses. Allí hay hasta cinco televisiones de información continua y aquí tenemos solamente el Canal 24 Horas de Televisión Española. La inmediatez con la que los medios se desplazan es instantánea prácticamente. Rápidamente, los medios fueron subiendo la cifra de muertos hasta doce. Sobre todo porque fue un ataque muy rápido y, en seguida, con la huida y los disparos a los policías que se encontraron los terroristas se fueron actualizando los datos.

–¿Durante los cinco años y medio que viviste en Francia te pudiste imaginar que un atentado así pudiese ocurrir?

–No. Nunca piensas eso. Sí que es verdad que en algún momento hubo alguna amenaza [terrorista] y, por ejemplo, se llegó a evacuar la Torre Eiffel. Fíjate que pensar en un atentado contra la Torre Eiffel era algo brutal, como un 11 S en Europa. Esa torre es el símbolo de París y de Francia como lo eran las Torres Gemelas de Nueva York y de Estados Unidos. En Charlie Hebdo ya habían recibido amenazas, así que cuando supimos que el ataque había sido allí ya sabíamos que no era casual; no era un atentado en cualquier otro medio. En 2013, Charb, el director de la revista, había recibido amenazas de muerte por parte de sectores islámicos extremistas por una portada que habían publicado.

–¿Llegaste a conocer a Charb o a alguno de los dibujantes asesinados?

–Durante esa semana de 2013 en la que estuvo amenazado, sí que llegué a coincidir con Charb en un acto. Simplemente nos vimos, no nos llegamos a conocer; pero choca bastante enterarte de lo que ha pasado. El impacto de esa noticia es muy fuerte cuando sacas adelante el Telediario y tienes tiempo para reflexionar sobre lo que ha ocurrido. Cuando me fui a casa por la tarde y me puse a hablar con mi mujer, me di realmente cuenta de la magnitud que tenía el atentado. Ella también vivía y trabajaba en París, claro, y ya había hablado con los amigos que mantenemos allí. Que unos terroristas hayan entrado en un medio como Charlie Hebdo para cargarse a ese grupo tan talentoso de periodistas, ilustradores y grafistas es como si en España hubieran borrado de un plumazo a Gallego y Rey, Forges y el resto de grandes nombres del humor gráfico español. Pues en ese nivel están los Wolinski y compañía, que fallecieron el 7 de enero.

–¿Crees que los dibujantes fallecidos traspasaron fronteras que no debían haber cruzado?

–Eso es un debate abierto. Incluso lo ha mantenido vivo el Papa con sus últimas palabras en su viaje a Filipinas. ¿Dónde está el límite de la libertad de expresión? Hay una cosa que está clara, pero que es difícil de explicar. Cuando vives en Francia te das cuenta de que la sátira tiene mucho arraigo entre los franceses. El humor ácido –podemos decir que hasta agresivo– está muy en el ADN de los franceses, sobre todo entre los periodistas y los medios de comunicación. Aquí puede haber viñetas que sean mal recibidas, pero esas bromas son hacia el poder político. En Francia, en cambio, se han dirigido también con fuerza hacia ese mundo religioso de los extremistas. No nos olvidemos que Charlie Hebdo también ha hecho humor sobre las otras religiones: cristianos, judíos…

–Una de las críticas con las que cargaba Charlie Hebdo estaba relacionada con la desproporción de portadas. Solían mofarse más del Islam y el catolicismo que del judaísmo.

–Quizás han tenido un eco mayor desde que republicaron las viñetas famosas de Mahoma que se dibujaron originalmente en una revista danesa allá por el 2006. Recuerda que los daneses fueron los primeros en romper el tabú de dibujar al Profeta. Pero la sátira no solamente se da en Charlie Hebdo: en Le Monde salen viñetas muy duras en la portada; por ejemplo, Merkel cruzando el Arco del Triunfo en un carro de combate nazi durante una visita a París de la Canciller. Eso, en un país que ha estado ocupado durante la Segunda Guerra Mundial, debería hacer saltar las chispas y se acepta con humor. La sátira francesa está mucho más avanzada y es más picajosa y transgresora que la nuestra. Por ejemplo, un secretario de Estado de Sarkozy, del que se decía que tenía cierta debilidad por el alcohol, aparecía en los Guiñoles del Canal Plus totalmente borracho, tambaleándose por los pasillos y tras las cortinas del Elíseo. No sé si esa agresividad la aceptaríamos aquí. En Francia es así; la frontera está mucho más allá y estas bromas se aceptan de otra manera. Cuando en España hemos entendido mal los Guiñoles que se han hecho sobre deportistas españoles le hemos dado más trascendencia en nuestro país que la que ha tenido en Francia.

Varios humoristas a los que hemos entrevistado nos han dicho que en España presumimos de graciosos pero nos falta sentido del humor; sobre todo, para aguantar las críticas. ¿En Francia está en peligro esa ironía sana después de los atentados?

–No creo que se pierda. Allí tienen cabeceras específicas que se dedican a cultivarla. Además del Charlie Hebdo está Le Canard Enchainé, que también es muy importante y elabora reportajes de investigación muy cuidados. Hablamos de cabeceras señeras que llevan ya mucho tiempo en activo. No creo que vaya a cambiar la situación en Francia. Si nos comparamos con ellos, lo que ocurre es que aquí llevamos un período realmente corto de democracia, mientras que los franceses presumen mucho de los más de dos siglos que han pasado desde las revoluciones intelectuales y burguesas de finales del XVIII. Francia fue vanguardia en Europa a la hora de conquistar libertades y eso lo llevan sus ciudadanos en el ADN, aunque luego hablemos también de una sociedad mucho más conservadora de lo que reconoce ser. Hay un dicho francés que dice: “El corazón a la izquierda y el bolsillo a la derecha”. En Francia hay una dualidad real en muchas personas, que pueden ser transgresoras e innovadoras en lo social, pero conservadoras en lo económico y familiar.

–Pese a que el sistema de dos vueltas convierte las elecciones presidenciales en un combate entre dos partidos, el sistema multipartidista está mucho más arraigado en Francia que en España. Estamos en el ecuador de la legislatura de Hollande, ¿qué crees que ocurrirá en los próximos comicios para el Elíseo? El presidente está muy desgastado y la UMP, donde parece que vuelve Sarkozy, tampoco levanta cabeza. ¿Hay tercera vía más allá del Frente Nacional de los LePen?

–Pues a corto plazo, pocas opciones de tercera vía se vislumbran más allá del lepenismo. Lo que ocurre es que pese a la crisis del Partido Socialista y la UMP, las elecciones siguen siendo nominativas y se vota en una circunscripción única. En la segunda vuelta, las victorias de los dos grandes partidos han sido casi siempre muy ajustadas. En 2002, cuando ocurrió el gran batacazo socialista y Lionel Jospin no pasó a la segunda vuelta porque había muchos candidatos de izquierda y el voto se fragmentó, Jean-Marie LePen, el padre de Marine, se jugó la presidencia con Chirac y asistimos al efecto que se conoció como “cordón sanitario”: buena parte de la izquierda apostó por la UMP para evitar que ganara las elecciones el Frente Nacional. Fueron a votar por Chirac “tapándose la nariz con unas pinzas” y le dieron la victoria con un 80 por ciento de los votos.

Pero ahora la situación es diferente. Con un escenario de crisis en toda Europa. Marine LePen ha rejuvenecido al partido y tiene más opciones de victoria. En las últimas europeas, el Frente Nacional fue el partido más votado en Francia con un 25 por ciento de los sufragios. Es probable que en 2017 pueda pasar a la segunda vuelta. El Partido Socialista francés estaría en una mala situación si se presentara Hollande y en la UMP pueden producirse guerras internas durante la selección del candidato. Pudiera ser que la UMP ganara la segunda vuelta aglutinando voto ajeno, pero en ningún caso creo que se produciría una victoria tan abultada como la de Chirac. Francia ha cambiado.

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–A Marine se le acusa de mantener la filosofía paterna pese a los retoques en su discurso.

–Los principios del partido de LePen padre están ahí, pero él ha sido muy inteligente para modernizar el Frente Nacional. Jean-Marie tiene un pasado como paracaidista en la Guerra de Argelia, donde fue además un conocido torturador. De ese pasado casposo era difícil escapar, pero al poner a su hija –mujer, más joven y madre– en el candelero ha captado un tipo de voto más abierto. Analizar al votante del Frente Nacional es complejo. En la zona de Calais, hay ciudades industriales y obreras en las que han ganado claramente. Se han favorecido, obviamente, de la crisis y el paro que ha provocado el vaciado industrial que han sufrido esas localidades. Han sabido captar el voto del desgaste y el cansancio, pero creo que no se puede relacionar con lo que en España empezamos a conocer como “efecto Podemos”. Tengamos en cuenta que en las elecciones españoles, que son legislativas, hay muchos más frenos para los partidos alternativos como, por ejemplo, la Ley D’Hondt. Sin embargo, en el caso de LePen es casi imposible que ganara las elecciones presidenciales porque hay dos vueltas; creo que es más probable que en España Podemos ganara unas elecciones legislativas, aunque ahora solo manejamos encuestas y es difícil de saber qué pasará.

–¿El Frente Nacional representa a la Francia más oscura del período colonial? Me refiero a las barbaridades cometidas por los franceses en lugares como Líbano, Argelia o Indochina en guerras que no quedan tan lejanas.

–Ese es el legado que se ha quitado de encima el partido gracias a Marine LePen. Ella ha enfocado su discurso hacia temas más sociales. Cuando habla de la salida del euro o del cierre de las fronteras argumenta que “estamos en crisis y hay que proteger a las capas juveniles en paro”, pese a que ella sabe que cuando llegas al poder es harto difícil romper con Schengen y salir de los tratados europeos siendo, además, Francia un país fundacional de la Unión Europea. Pero es importante recalcar que el discurso del Frente Nacional no se basa tanto en ese pasado imperial como en los problemas que tienen las capas de la clase media.

–Los magrebíes empezaron a llegar a Francia en los años 50 y 60 a la par que las grandes oleadas de españoles, portugueses e italianos. Para entender lo que está pasando con la integración de los musulmanes en la República francesa me parece relevante que la alcaldesa de París sea una española nacida en San Fernando (Cádiz) y que en todo el país solamente un distrito de una gran ciudad esté en manos de una persona de religión islámica. Y eso ocurre en Marsella, donde los magrebíes y sus descendientes suponen el 40 por ciento de la población de la segunda ciudad del país.

–Todo lo que dices es cierto. Vayamos por partes. Cuando se genera esa doble inmigración de europeos del sur, por un lado, y magrebíes, por otro, la integración de ambos sectores no fue fácil. En el París de los 60 se decía que toda la ciudad estaba llena de porteras y sirvientas portuguesas y españolas. Hasta se ha hecho una película bastante buena sobre el tema [‘Les Femmes du 6e etáge’, con Carmen Maura, Natalia Verbeke y Lola Dueñas como protagonistas]. Pero sí que es verdad que Anne Hidalgo o Manuel Valls son precisamente el ejemplo de la escalada a las cotas más altas de la sociedad de esa inmigración que dejaba España por motivos políticos y falta de recursos económicos. Ellos mismos recalcan que han podido progresar gracias a la educación, el laicismo y la igualdad de oportunidades que teóricamente otorga la República.

En el caso de la inmigración magrebí, el factor en común de la lengua ha pesado menos que el factor discordante de la religión. En Francia, la religión está normalmente en un ámbito más privado. Las segundas y terceras generaciones de magrebíes se han sentido desarraigadas y la peor consecuencia posible la hemos vivido con los protagonistas de los lamentables hechos de la Charlie Hebdo. Uno no se siente ni francés ni argelino o marroquí. Allí nacieron tus padres o tus abuelos, pero tú te has criado en Francia. Así, pese a haber recibido la misma educación pública que el resto de los franceses –como en su momento los Valls, Hidalgo y compañía– sí hay un mayor problema de integración por culpa, quizás, de un racismo encubierto que les pone mayores dificultades para acceder al mundo laboral. Detrás de eso es donde se esconde el desarraigo. Valls ha hablado recientemente del gueto. Reconocía el Primer Ministro la existencia de ese gueto, sobre todo en París, que no es solo la capital del Estado, un referente turístico o una ‘ciudad-joya’. Es también una ciudad con muchísima presión, muy cara y donde triunfar es realmente complicado. El Periférico, que es como la M-30 en Madrid, la circunscribe mucho. En la periferia es donde se aglutinan estos grupos étnicos y cuando explota un problema social o hay una crisis de gobierno, como las que tuvieron Villepein y Chirac, no es casual que se produzcan disturbios y quemas de coches.

–¿Están bien provistas esas barriadas periféricas de servicios públicos?

–Los servicios los tienen, pero al haber mayor concentración de población hay menos plazas en escuelas y hospitales y el transporte público va más atiborrado. En teoría y sobre el papel, está todo en orden, pero la realidad en esos barrios es mucho más compleja. El centro de París es muy caro. Decíamos allí muchas veces que la ciudad está a punto de explotar. Los que vienen de provincias quieren triunfar. Incluso viene gente de grandes ciudades como Lyon y Burdeos.

–Las áreas rurales de Francia tienen mucha menos inmigración que la capital o Marsella.

–Francia es un país muy centralista, mucho más que España, y todo se cuece en París, todo el poder está allí. Son 60 millones en un estado muy extenso, pero la gran urbe es la parisina.

–El gran momento de comunión de la Francia multicultural tuvo su escenificación en los éxitos internacionales de sus selecciones deportivas durante el cambio de siglo, sobre todo con el Mundial de fútbol celebrado en el país en 1998, aquella copa que ganó el equipo galo que comandaba Zinedine Yazid Zidane, hijo y nieto de argelinos y casado encima con una almeriense. ¿Qué ha pasado en los últimos 15 años para que ese espíritu de concordia se haya esfumado?

Zidane se crió en el puerto de Marsella antes de triunfar y hacerse famoso en el Girondins de Burdeos. Su familia, como bien dices, es argelina. Fue el estandarte de los “black, blanc, beur” (negros, blancos y magrebíes) como se conoció a ese equipo de fútbol que ganó el Mundial. Ese legado se ha perdido porque se trataba más del éxito deportivo de una generación de talentos que de un cambio en la mentalidad social. Los problemas étnicos seguían estando ahí.

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–El fútbol ha sido un buen termómetro para palpar esa tensión. Hace años acudió Marruecos a jugar un amistoso a Saint-Dennis y el público cantó con mucha más fuerza el himno del Reino Alauita que La Marsellesa, que incluso fue silbada. En las gradas no se sentaban marroquíes. Se sentaban jóvenes franceses de padres y abuelos marroquíes que nunca han estado en Marruecos y, algunos, hablan árabe con dificultad.

–Allí he vivido un par de Mundiales y cuando ganaba Argelia o Túnez salía la gente a la calle y lo celebraba en el Arco del Triunfo como si se tratase de la selección francesa. Era un gesto a mitad de camino entre la muestra de orgullo por los magrebíes y la demostración ante los franceses nativos de que ellos también pueden ganar. Es una lucha de identidades. Por otra parte, creo que La Marsellesa es un himno bonito con una letra que une a la gente, aunque en los segundos párrafos ya empiece a hablar de sangre y cosas muy duras. La imagen en la Asamblea Nacional de todos los parlamentarios, sean de derechas o izquierdas, cantándola, como ocurrió el día que hubo un minuto de silencio por los atentados, fue preciosa. Sería bonito que un hemiciclo español cantara al unísono un himno. Es una muestra de orgullo por el país en el que vivimos. No hablo de la tontería de Le Coq, el gallo francés, y toda esa parafernalia; me refiero a que ese gesto es una forma de que nadie se apropie banderas o himnos y sí de que se compartan esos símbolos.

–Para acabar el capítulo francés te quería pedir opinión por dos personajes que han saltado a la palestra informativa en los últimos días, pero que llevan bastante tiempo en el ojo del huracán por sus declaraciones poco conciliadoras. Hablo del novelista Houellebecq y del cómico Dieudonné. ¿Representan los extremos más radicales de la sociedad francesa?

–Son dos personajes que viven un poco de ese tipo de declaraciones, aunque dejemos claro que Houellebecq era un escritor respetado y leído en Francia antes de que, por su forma de ser, empezara a protagonizar este tipo de excentricidades y salidas de tono. Es un polemista y hace que la gente se polarice frente a su figura. Dieudonné es un humorista y, a mi modo de ver, más polemista que Houellebecq. Busca más la noticia fácil y salir en los medios por sus proclamas antisemitas. La islamofobia que venden Houellebecq y Éric Zemmour, otro escritor bastante polémico, les hace vivir un poco del escándalo en ocasiones. Recordemos que esa fobia a los musulmanes no es solo noticia caliente en Francia. En Dresde (Alemania) han tenido sus problemas con el movimiento neonazi Pegida.

–En Francia vive la mayor comunidad de judíos de toda la Unión Europea y es a la vez el país del continente del que se marchan más hebreos anualmente con destino a Israel. El antisemitismo también está encima del tablero.

–Francia y Bélgica son los países de los que más extremistas islámicos marchan hacia Siria o Yemen para radicalizarse. Por eso, quizás, la comunidad judía francesa toma precauciones. Ahora el caso de los judíos es más noticia por el atentado de la Charlie Hebdo, pero también es cierto que la comunidad judía es un buen lobby dentro del Estado francés. Al haber sido un país ocupado durante la Segunda Guerra Mundial y por el trágico recuerdo del Régimen de Vichy, a la comunidad judía se le tiene un cariño y un mimo especial. Las fugas creo que son puntuales debido al clima de tensión existente.

–¿Como periodista especializado en información internacional hay que ser extremadamente cuidadoso a la hora de etiquetar un ataque terrorista como el de la Charlie Hebdo? Es fácil dar pie a que la gente entienda que todo el mundo musulmán es afín al terrorismo.

–Hay que ser cuidadoso siempre, se trabaje con información internacional o con temas locales. La información internacional requiere un punto más pedagógico porque en ocasiones hablas de temas que no tocas a diario. De política se informa a diario, pero no de la política de Francia o Alemania, que aunque sean países cercanos tienen sus peculiaridades y diferencias respecto al nuestro. Evidentemente, no se puede tildar o mezclar conceptos. Lo islamista, en cuestiones terroristas, no es lo mismo que lo islámico, que es lo religioso. No se puede confundir. Integrismos también los ha habido a lo largo de la historia del cristianismo; ahí tenemos las grandes Cruzadas. Sí es verdad que se mezcla con relativa facilidad y los medios son los que menos deben hacerlo. Una amiga de París ha llegado a pasar miedo en el metro durante las últimas semanas porque iba con su velo y algunos han intentado quitarle el pañuelo del cabello. A los chavales que caen en el terrorismo islamista les podría haber dado por atracar un banco como consecuencia de su desarraigo y falta de oportunidades. Si se deciden por la primera opción es porque en este asunto hay una serie de connotaciones reivindicativas y de identidad que van mucho más allá. Al Qaeda y el Estado Islámico no tienen células sino lobos solitarios. Internet ha desarrollado mucho la autorradicalización.

–En España hemos visto en grandes diarios estatales portadas de la valla de Melilla calificando de poco menos de invasión el intento de saltarla por parte de cientos de inmigrantes. ¿Esas portadas se podrían ver en la prensa francesa?

–Sí. Ellos también tienen el problema de los turcos o pakistaníes que intentan dar el salto a Gran Bretaña a través del Canal de la Mancha escondidos en camiones o trenes. Hay que diferenciar mucho entre qué es la religión musulmana, qué es el terrorismo que toma como excusa la diferencia religiosa y qué es la inmigración. Si lo metemos en una batidora y lo mezclamos…

–Ese es el trabajo que debería hacer un buen medio de comunicación: separar los fenómenos y contextualizarlos, explicando con ahínco los orígenes de cada uno de ellos.

–La misión del medio es ser didáctico, es evidente.

–¿Aquí en España lo hacemos o ves demasiadas excepciones negativas?

–A grandes rasgos, se entiende qué es lo islámico y qué lo islamista, por volver a la comparación de antes. Pero se han tenido que aprender muchas cosas de un tiempo para acá, ¿eh? Desgraciadamente, ha tenido que ver mucho el 11 S. Eso sí, cuando se aproximan períodos electorales –como ocurre en España– la situación se torna mucho más compleja. Eso es igual aquí que en Francia o Nueva Zelanda. En nuestro país no hay un gran partido de extrema derecha ni una islamofobia preocupante. Quizá sea porque la mayoría de la inmigración que hemos recibido es aún de primera generación y, muchos de ellos, llegaron de Sudamérica, compartiendo lengua y religión con nosotros. Los primeros que llegan a un país lo suelen tener más fácil para integrarse porque aparecen en un momento en el que suele haber trabajo. El problema aparece con sus hijos y sus nietos. Hay tesis que dicen que el problema que tuvo el Islam, en comparación a Occidente, es que no tuvo un Renacimiento que modernizara un poco las bases de su cultura y religión. Ese cambio es necesario para poder democratizar todo el mundo árabe y luchar mejor contra todos esos extremismos para explicar mejor qué es el Islam. Ahí está el esfuerzo mayor que deberíamos hacer entre todos nosotros, seamos de la creencia que seamos.

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–Cuando te marchaste en enero de 2009 a París dejaste unos informativos líderes de audiencia que cosechaban premios por su rigor e independencia año tras año. Al volver la situación es totalmente diferente en cuanto al share y sobre la línea editorial de los Telediarios de TVE llueven críticas continuamente. Entre medias muchos profesionales han abandonado la casa.

–Televisión Española sigue siendo la misma, pero la principal diferencia es la presupuestaria. Eso afecta a la programación, con menos dinero es más difícil luchar. Es complicado. La televisión ha ido evolucionando mucho y los informativos que se hacen en todas las cadenas ya no se parecen a los de la época de Alfredo Urdaci o Fran Llorente. La Sexta y Cuatro están captando a un público más joven con propuestas rompedoras. Se podría hacer un paralelismo forzado con la política y hablar de cadenas emergentes.

La semana pasada entrevistamos a Juan Ramón Rallo, un economista liberal que dejó de colaborar en Las Mañanas de TVE por sostener que la televisión pública debería desaparecer por su alto coste. ¿Qué perdería España si eso ocurriera?

–No estoy de acuerdo en absoluto con esa idea. Radio Televisión Española es una referencia con 56 años de historia. Es cierto que muchas veces se ha vinculado al ente con el poder y los gobiernos de turno y la independencia de la casa es lo primero por lo que hay que luchar. ¿Qué perdería el espectador? Una serie de contenidos básicos que no creo que tuvieran cabida en alguna parrilla si existieran únicamente las televisiones privadas. Cuando hablo de Cuatro y La Sexta, que marcan agenda con un estilo mucho más dinámico, me doy cuenta de que nosotros tenemos una serie de constricciones por la obligación, como televisión pública, de ampliar el espectro y dar espacio a todas las voces posibles. A mí siempre me gusta que la gente se sienta lo más orgullosa posible de TVE. Si tanto se habla de la Marca España, el ente debe tener la importancia social que poseen la BBC, France Press o la ZDF. Esas cadenas y medios exportan el idioma de sus países con sus contenidos propios. La utopía mayor es que el ciudadano español se sintiera tan identificado con su televisión pública como para considerarla indispensable. Y cuanto más estuviéramos presentes en el resto del mundo, mejor.

–Veo lejanísima la posibilidad de que TVE cierre por culpa de su déficit, pero siempre es más sencillo prescindir de un ente que obtiene resultados pobres de audiencia –como le pasó a Canal Nou en el País Valencià– que de una televisión pública que tenga tirón entre los espectadores.

–Hay que competir sí o sí. A mí no me vale que hagamos un trabajo maravilloso y que no nos vea nadie. La tele pública debe ser buena y ser vista. Debemos jugar la Champions e intentar ganarla jugando bien. Es complicado porque el panorama televisivo ha cambiado mucho desde los 90. Y es que en poco se parece al de 2008. Pero es que hacer televisión cuesta dinero y de eso nos tenemos que concienciar. En Francia hay un impuesto anual de ciento y pico euros por televisor que va a financiar la tele pública.

–En cambio los autónomos franceses pagan mucho menos que los que se dan de alta en la Seguridad Social española.

–Lo digo como ejemplo de una medida que, de ser aplicada en España en tiempos de crisis, sería vista como muy impopular. Imagínate que Rajoy o Zapatero hubieran optado por una medida así, ¿qué se habría dicho en la calle?

–Se nota que te encanta la televisión como medio. ¿De pequeñajo querías salir en la pantalla?

–No, no. Para nada. Ha sido algo totalmente fortuito. Surgió porque precisamente estuve de Erasmus en Lyon y allí pude hacer unas prácticas en Euronews. La sede de la cadena estaba allí. Así entré en el mundo audiovisual. Antes había estado en un periódico de la facultad.

–¿Por qué te dio por el periodismo?

–Porque me gustaba algo tan sencillo como contar historias. Parece de Perogrullo, pero si me dedico al periodismo es porque tiene dos cosas fundamentales que me apasionan: que las historias que cuentas sean verdad y que tú seas capaz de hacerlas interesantes. Eso es lo que nos diferencia a los que hacemos pura información de los que cultivan la opinión o la literatura. Contar historias es lo más bonito que hay, sea en París o en Albacete, mi ciudad natal. Por eso me decidí en esta carrera porque referentes concretos no tenía. En la época en la que estaba en la Complutense todo el mundo quería ser De la Morena. El periodismo deportivo y radiofónico estaba en ese momento en auge con la pugna entre De la Morena y García. A mí la radio me ha parecido siempre un medio magnífico, pero el periodismo deportivo no me tiraba mucho. En cambio, la crónica de viajes sí que me gustaba mucho y, por eso, me fijaba en las caras menos famosas de los medios. Conoces a gente que no está en primera línea y no brilla tanto, pero esa es la gente que te da pequeñas lecciones cada día.

–¿Ese gusto por el segundo plano tiene que ver con el hecho de que no tengas Twitter?

–No tengo Twitter porque fuera del trabajo no me apetece estar atento a las redes sociales y sí a otras cuestiones más familiares. Me gusta separar el trabajo de mi vida más allá del periodismo, algo que es muy complicado de por sí, sobre todo cuando trabajas en una corresponsalía, que puede requerir dedicación 24 horas al día. En París me planteé abrirme una cuenta, pero no lo hice. Ahora, en Madrid, tiene para mí menos sentido hacerme Twitter.

–La última: como albaceteño, ¿te quedas con Iniesta o con José Luis Cuerda?

–¡Soy de los dos! ¿Hay qué elegir? Ambos son buenos embajadores de Albacete en el mundo entero. Cuerda es un grande del cine. En Navidad suelo ir con mi mujer y con el crío a Ayna, que es donde grabó la famosa película [Amanece que no es poco]. Iniesta estuvo en el Alba y ahora triunfa con el Barça y la selección, así que máximo respeto por Andrés.

Fotografías: Victoria Clemente

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