La historia reciente de España en los Mundiales previos al 2014 es una fantástica mezcla de miserias, desdichas y un gran momento estelar. Todos recordamos aquel Mundial del 94, con el mítico codazo a Luis Enrique, y maldijimos a Salinas por su error frente al portero Pagliuca. En el 98 nos frotamos los ojos una y mil veces mientras Zubizarreta introducía el balón en su propia puerta frente a la Nigeria del príncipe Rufai. Ya, para el 2002, odiamos al trío arbitral comandado por ese terrible egipcio llamado Al-Ghandour y nos preguntamos dónde habían aprendido a lanzar penaltis los coreanos. En el 2006 jugamos contra nuestros propios fantasmas, frente a la Francia de un Zidane al que creíamos poder derrotar sin bajar del autobús por estar aquel en el ocaso de su carrera.

Así iban las cosas hasta que, hace cuatro años, se juntaron varios factores: la pizca de suerte que siempre faltó y el bloque ganador que creó Luis para disputar la Eurocopa del 2008. Los tacos de Nigel de Jong en el pecho de Alonso, la imagen a cámara lenta de los dos mano a mano fallados por Robben y el gol de Iniesta quedarán para la posteridad.

En este Mundial de Brasil, sin embargo, nos fuimos antes de tiempo. A las primeras de cambio. No voy a decir que me pillase de sorpresa, pero ni el más pesimista se esperaba semejante baño de realidad. Los síntomas de agotamiento ya venían de lejos (no hay más que ver la Confederaciones del año 2013), pero fueron completamente ignorados. Del Bosque planteó una convocatoria demasiado continuista, ignorando el estado de forma real de algunos seleccionados y despreciando la buena temporada de otros. Está bien confiar en un equipo que lleva cuatro años de éxitos, pera la inercia se agota y a la hora de proponer un soplo de aire fresco y renovar la sed de victoria ganadora es donde el seleccionador ha fallado. Hay decenas de ejemplos en la historia del fútbol.

Pero como no hay mal que por bien no venga, una eliminación temprana te permite estrechar lazos con otras selecciones. Vínculos fruto de simpatías, cuentas pendientes, afinidad con futbolistas… Así que, de una manera u otra, al terminar el Mundial casi todo el mundo está contento. Es como los números en política. Siempre hay algo a lo que agarrarse y el que no se consuela es porque no quiere.

Simpaticé con Holanda, pese al 5-1 del primer partido. ¿Quién no se ha identificado con Arjen Robben? Cada galopada suya nos recordaba aquellos sueños de patio de colegio. Ese niño que soñaba con ser la estrella del partido, con las cámaras de medio mundo como testigos. Ha sido uno de los mejores jugadores de esta edición mundialista, como ya lo fue en la pasada. Van prácticamente cuatro veces que se quedan a las puertas. De haber sido campeones no nos hubiese importado.

Lo sentí por Portugal. Lo sentí por Cristiano. Un futbolista que tiene en su profesionalidad y sus ganas de ser el mejor un arma de doble filo. Mermado en todos los partidos, pero siempre entregándose. Ha marcado en todas las participaciones de Portugal en torneos internacionales desde el año 2004, pero hay veces en que uno no puede hacerlo todo.

Me gustó Australia. Aquel rival rocoso que siempre plantó cara. En sus duelos dentro de nuestro grupo esperábamos que diesen la sorpresa, tal y como se iban presentando las cosas. Tuvieron a Holanda contra las cuerdas, en un resultado que nos daba esperanzas temporales cuando todavía las teníamos. Nada que reprochar. Ya hicieron más que nosotros.

Me quito el sombrero ante Argelia, muy valiente en su duelo frente Alemania. Llevándola a la prórroga y dominando en algunos tramos del partido. Solo sucumbió en el tramo final, pero no dejó de creer en un milagro que nunca llegó. Fueron recibidos en su país como auténticos campeones.

Mis respetos a Grecia, ese equipo que históricamente no nos cae bien desde la victoria en la Euro de 2004. Todavía muchos se preguntan cómo ganó ese torneo, pero no importa. Un país que sufre es un país hermanado con nosotros. Porque, a veces, el deporte es la única alegría. Lo sabemos por experiencia. Eliminados por la Costa Rica de Keylor Navas, en esos típicos partidos que empequeñecen la portería y engrandecen al portero. Así que en ese partido fui griego. Pero también fui costarricense. Gran Mundial de estos últimos también.

Sufrí con Chile. Nos ganó sin discusión, para morir épicamente en la lotería de los penaltis frente a Brasil. Pinilla hizo tambalear los cimientos de un país, con aquel disparo al travesaño que todavía resuena. El equipo carioca pasó, pero las dudas ya pasaban de lo razonable. Visto lo visto después, muchos hubieran preferido no haber superado esta eliminatoria.

Disfruté con México, soportando el acoso de Brasil, en el partido de grupos que nos dio a conocer al guardameta Ochoa. Y cayendo de manera cruel ante Holanda, en la eliminatoria de octavos. Dos zarpazos letales cuando el encuentro moría les arrebataron una victoria que tenían en las manos. Y me dolió.

Vibré con Colombia. O, lo que es lo mismo, James. Un futbolista, a la postre máximo anotador de la competición, que fue capaz de echarse a todo un país a la espalda. Eliminada por Brasil en cuartos, en un partido en el que nunca creyeron estar hasta avanzada la segunda parte. La imagen de David Luiz consolando a James dio la imagen al mundo y todos sentimos su derrota.

Mención especial para Alemania. Una selección de las que nunca falla. Siempre ha estado allí. Siempre fieles. Siempre intentando dar una vuelta de tuerca. Ha intentado practicar una evolución del tiki-taka (ese concepto que tanto daño ha hecho al fútbol de la selección en los últimos tiempos), alternando partidos brillantes con otros en los que ha sabido sufrir. La mala suerte hizo que hayan sido contemporáneos de la mejor España, pero este Mundial les ha hecho justicia. Con más dificultades de las previstas ante Argentina, eso sí, sobre todo tomando como referente la brutal semifinal contra Brasil.

Me dio pena Argentina. Un equipo con muchos futbolistas que juegan o han jugado en España. Su fútbol no fue atractivo, abrazando a la suerte en momentos puntuales y siempre apoyados en los detalles de Messi, la insistencia de DiMaria y la consistencia de Mascherano. Es muy duro llegar a una final y perderla. Messi ha sido el mejor futbolista de la última década, pero siempre le perseguirá el fantasma de no haber conseguido un Mundial. Las comparaciones con Maradona son odiosas, por mucho que Leo barra a nivel de club. Pero todavía puede hacerlo, tiene 27 años. Aunque da la sensación de que ha perdido la ilusión por jugar. Tiene arranques puntuales que recuerdan al futbolista que un día fue, pero las sensaciones son muy diferentes.

Pero, por encima de todas las cosas, me identifiqué con Brasil. No nos podemos olvidar de ellos, puesto que han afrontado el Mundial igual que nosotros. La falsa sensación de vivir amparado por una aureola de divinidad, fruto de una estrella en el pecho. Un entorno periodístico destructivo. Una convocatoria discutible. Un entrenador enloquecido. Brasil ha sufrido la peor humillación de la historia de los Mundiales pero, perfectamente, pudimos ser nosotros de haber ido superando rondas.

Nuestro fracaso, el de ambas selecciones, no ha sido caer. Nuestro fracaso ha sido la forma en que se ha hecho y, sobre todo, una dolorosa ausencia de autocrítica. Así que espero que alguien haya aprendido la lección.

 

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