Una vez, cuando leía de pequeño, leí: «Los ríos son similares a la vida, además dicen que son estos los que llenan los mares». Recorté aquella página del resto del libro.

Hoy, de mayor, al viajar o en casa, siempre busco los ríos, tanto en su naturaleza salvaje como a su paso humanizado por grandes ciudades o pueblecitos. Y al final los mares. Los finales de verdad.

Este es el relato de la vida de un río, el gallego Miño. Aunque siempre en la medida de lo posible, pues como toda biografía, aunque sea fluvial, tendrá olvidos, vacíos, e incluso, aunque parezca mentira, interpretaciones propias.

Nacimiento

El río Miño nace, en disputa, entre los municipios lucenses de A Pastoriza y Meira, entre los que dicen que si en la Laguna de Fonmiña del primero o en el Pedregal de la Sierra del segundo. Nace entre dudas, dividido ya, como tantos ríos; como tantos de nosotros vinimos. Pequeñito, el riachuelo parece corresponder con su nombre sólo al inicio, cuando todavía es como el arroyo de un pueblo en el que jugaban los niños a construir barquitas, e imaginar que llegaban hasta al mar, tan lejano y tan fuera de todo. Cuando Miño suena a pequeniño en gallego, como si no fuera casi nada, de momento. Luego irá haciéndose mayor, corriendo y recibiendo agua, ayuda de sus afluentes. Dejará, por aquel entonces, de parecerse, a mi ver, al nombre que le pusieron.

Lugo

De norte a sur, por la Galicia oriental de suelo de pizarra y tejados negros, el Miño pasa primero por la ciudad de Lugo. Entonces llega sorteando caneiros, diques construidos por el hombre para controlar su fuerte corriente salvaje de agua. Uno de ellos, por ejemplo, ha permitido una piscina enorme de agua oscura para los del club privado fluvial. Aunque en la otra ribera, lejos de los que pagaron para entrar, una chica se mete a escondidas desnuda y rápido, perseguida por su perro blanco, porque si la ven pueden multarla. Se moja hasta el pelo. Y sale.

El Miño por Lugo pasa abajo, caudaloso y tranquilo, de ahí que los romanos construyeran la ciudad arriba, en lo más alto de la colina: para defenderse bien de los indígenas, que llevaban allí, en principio, desde siempre. Fue trazada en el primer siglo antes del nacimiento de Cristo y tres siglos después se amuralló su perímetro. Hoy se conserva la única muralla que queda completa de todo el que fue, ya hoy, el caído Imperio Romano, como tantos otros, entre ellos el español de muchos gallegos, ex imperio. Una muralla de color oscuro pizarra de más de dos kilómetros. Por encima, sobre el adarve, hoy corren jóvenes lucenses durante la clase de Educación Física y pasean turistas o viajeros de camino a Santiago. Por debajo, para salir o entrar, hay diez puertas, siendo la más antigua, Porta Miña, la que lleva de nuevo al curso del río, al pequeño puente romano.

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Río Sil

En el límite de las provincias de Lugo y Ourense, el Miño recibe el agua de su principal afluente, el Sil, que nació fuera de Galicia, es decir, un extraño en tierra propia. Una confluencia difícil entre dos grandes, porque en Los Peares es el Sil quien lleva más agua y debiera ganar la lucha, pero el Miño es más largo y vence en el ángulo que determina quién es principal y quién, el ayudante. Por eso dicen con resignación algunos que el Miño lleva la fama y el Sil el agua. Disputas, en fin, de personas vertidas en ríos.

Ourense

En Ourense, el Miño pasa bajo dos espectaculares puentes que muestran el paso del tiempo a través de su arquitectura. El primero, Ponte Romana, fue construido en el siglo I d. C. El otro, Ponte do Milenio, inaugurado en el siglo XXI, es tan moderno que tiene unas pasarelas a ambos lados por las que subir, ver la ciudad y el Miño desde lo alto, o bajar, y ver las tripas del puente casi junto al agua. Son ventajas de lo moderno: ver desde nuevas perspectivas antes imposibles. Antes, incluso, creían que los ríos, al crecer e inundar ciudades, eran ciertas furias de los dioses. Y salían con enormes cruces para asustarlos.

Tras cruzar el puente moderno se llega a lo más mágico de la ciudad, a la primera de las cuatro termas que recorren el Miño. Agua caliente y desconocida que sale de las entrañas de la tierra para caer al río, pero que es antes aprovechada y controlada en amplias pozas para que las personas puedan bañarse, por ejemplo, entrando en el agua fría del río, que corre, suena, y calentarse luego. El agua se evapora de forma fantasmal, la que sale de la Tierra hacia el cielo.

Fin

El Miño, tras dejar atrás la parte este que forman las provincias de Lugo y Ourense, entra en el suroeste de Galicia, en la provincia de Pontevedra, sirviendo de frontera natural entre España y Portugal durante casi 80 kilómetros, sus últimos. Mar.

Pero allí no fuimos, se acabó el tiempo y el dinero. Río.


Fotografías: Elchicogris, Contando Estrelas y José Luis Cernadas

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