¿Quién describiría con palabras este país que sólo con imágenes sensuales, violentas, surrealistas y barrocas puede narrarse?

Tomás Alcoverro, Diario de Beirut

La estatua de la libertad emerge por la pantalla de la pequeña y desvencijada televisión con rapidez. La refinada cara de esta dama americana ha sido sustituida por dos cuencas oculares vacías y una sonrisa diabólica. Es una calavera, la calavera de Estados Unidos. Junto a estas impactantes imágenes una voz de ultratumba clama “América debe sangre a toda la humanidad”. Luego, la figura del secretario de Hezbollah, Hassan Nasrallah, se adueña de la pantalla y toda la sala estalla en vítores.

En un país donde la historia se cuenta por explosiones y muertos, por diferencias religiosas y regateos políticos, los medios de comunicación desarrollan un papel clave, siguiendo la misma configuración confesional que los centros del poder político. En medio de este enjambre audiovisual destaca Al-Manar, la televisión del grupo chiita Hezbollah, que ha sabido consolidarse como el canal con el papel políticamente más relevante del Líbano.

Es viernes a mediodía, el día sagrado para los musulmanes. Como todas las semanas, Nasrallah emitirá una arenga cargada de tintes religiosos y políticos: Siria, el Estado Islámico, Israel, el acuerdo nuclear con Irán… Nada ni nadie escapa a su férreo control. Hezbollah ha mostrado una espectacular habilidad para configurar su discurso en torno a la opinión pública a través de esta cadena y, en consecuencia, ha sabido alinearse como uno de los actores más relevantes a la hora de marcar las agendas de investigación y los enfoques cuando se trata de narrar los sucesos de Oriente Medio.

Nassralla_by_Ranan_Lurie

Nietzsche sostenía que la “mejor arma contra un enemigo es otro enemigo” y Hezbollah pronto se dio cuenta de que la mejor arma que existía en un conflicto eran las imágenes. El poder de una imagen podía ser mucho más contundente que cien cañones o granadas porque apelaba a lo más profundo de la sensibilidad y derribaba las barreras psicológicas que cascos y uniformes erigían.

Al-Manar ha sido condenada por muchos como un mero instrumento de propaganda terrorista. Verdad o no, es cierto que el grupo chiita lleva desarrollando una guerra psicológica contra Israel y Estados Unidos donde las cámaras son el arma. Una guerra de guerrillas basada en la monitorización de todas las emisiones israelíes y la difusión de noticias en hebreo gracias a ex prisioneros de Hezbollah que aprendieron el idioma en las cárceles de Israel.

La espectacularidad y lo incendiario son condiciones sine qua non en todas las retransmisiones, su mensaje un grito de resistencia y martirio y su objetivo crear un sentimiento de sufrimiento colectivo entre la población chiita. Y es que el hombre a desarrollado a lo largo de toda su historia una fascinación exacerbada por el morbo y el mal. Aunque como sostiene el escritor Jaime de Armiñán: “Modestamente la televisión no es culpable de nada. Es un espejo en el que nos miramos todos y, al mirarnos, nos reflejamos”.

Nasrallah acaba de dar por finalizado su discurso y la pantalla se llena de anuncios reclamando dinero para la umma (la comunidad musulmana). El fervor despertado momentos antes entre los comensales ha decaído. Todos se hayan sumidos mirando el móvil y fumando narguile. Quizás enviando su apoyo económico a la umma, quizás debatiendo el discurso de Nasrallah o, quizás, siendo simplemente humanos.

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