Ilustración de Elías Oliver

El ministro de Interior suelta sin rubores: «Comparezco en esta comisión con la cabeza muy alta». En el caso de algunos políticos, en cambio, las palabras y su significado viajan por rutas diferentes. Antagónicas. Condenadas a chocar llevándose por delante toneladas de sentido común y decencia democrática. Cuando se le pregunta a Jorge Fernández Díaz por qué recibió al presunto corrupto Rodrigo Rato en la sede de su ministerio en plena investigación de la Policía Nacional, el brazo de hierro del Gobierno Rajoy pone el piloto automático, baja la mirada, se le pierde la vista en el infinito, y repite sin temblar una desfachatez tras otra. Si la mentira pesa el doble, sus ojos descienden todavía más y su cuello se curva en busca de unas notas que lee al pie de la letra. Bien protegido por las excusas que otros probablemente le habrán redactado, Fernández Díaz desgrana una letanía que acaba siendo un alegato de defensa en favor de su compañero de partido. Que Rato es un ciudadano que merece protección. Que no hablaron de la investigación que intenta esclarecer las actividades irregulares que el ex ministro de Economía llevó a cabo en Bankia. Que hay más de 400 tuits que ofenden el honor y ponen en riesgo al banquero que acabó de hundir a la antigua Caja Madrid. Que como no se proteja al chamán del milagro económico español, cualquier día la masa enfurecida le acabará guillotinando en la Puerta del Sol. Es el amiguito del alma que encubre a su compadre cuando le pescan copiando en pleno examen.

Rato-y-Didi

El ministro encargado de frenar a los seres humanos desahuciados de futuro en sus países natales que intentan entrar en España es el mismo que le cubre las espaldas a uno de los directivos de la banca con más población desahuciada en su curriculum. La obra política de Rodrigo Rato se agrieta y derrumba como si sus milagros económicos fueran puentes de Calatrava, otro símbolo de la corrupción nacida bajo las faldas del Partido Popular. Él fue el arquitecto-jefe (o, al menos, encargado de obra) del pelotazo que nos hizo nadar en abundancia durante algunos años. Negar a Rato ha sido para los dirigentes del PP negar los logros del propio partido. Solo hay que echar un ojo a la hemeroteca para encontrar defensas, masajes y alabanzas aquí y allá; incluso cuando la cosa pintaba ya fea. Como por ejemplo:

«No puedo hacer otra cosa que elogiar la figura de Rodrigo Rato. Así de claro». María Dolores de Cospedal, secretaria general del Partido Popular.

«Será un extraordinario presidente de Caja Madrid, no tengo ninguna duda. Y si alguien puede ponerle alguna pega, que lo diga. Porque a ver quién puede ponerle una pega, en fin, con la trayectoria en el ámbito económico que tiene el señor Rato». Mariano Rajoy, presidente del Gobierno y presidente del Partido Popular.

«Rodrigo Rato ha sido de largo el mejor ministro de Economía de la democracia española». José María Aznar, ex presidente del Gobierno y ex presidente del Partido Popular.

Ahora, cuando ya es imposible mirar hacia otro lado, todos callan para que hable Fernández Díaz. El tipo duro. El perro de presa. El fiel soldado que acata órdenes sin hacer preguntas. Él se encarga del trabajo sucio: proteger al presunto corrupto y obstaculizar la acción de la Justicia. Y no le tiembla el pulso. A fin de cuentas, llamar «concertinas» a las cuchillas de la valla de Melilla era un trabajo aún más hipócrita. Abrazando a Rato, al menos, no se derrama sangre. Y ya saben ustedes que las manchas de sangre no se despegan de los trajes y las corbatas ni con agua caliente.

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