Manuel Astur González camina sin prisas por el barrio de Lavapiés. Es 2 de mayo, por la mañana. La ciudad todavía duerme mientras se llena de despiertos turistas y jubilados que observan a los guiris sentados en el mobiliario urbano. Astur también observa mientras pasea. Es su oficio preferido. «Soy incapaz de irme a casa sin una buena historia, sin algo que me inspire. Son mis pepitas de oro», comenta. Esas imágenes, madrileñas y urbanas, las podría guardar en el bolso que carga al hombro. Es de tela blanca y en él aparece dibujada la cara del detective más famoso del mundo: Sherlock Holmes fumando en pipa. Él pega caladas al tabaco de liar. Sentado en la terraza de una cafetería no muy lejana a las flores que se venden en Tirso de Molina, Astur es pausado, pero contundente en sus frases: «Llegué a Madrid con 20 años y viví diez. Me marché por amor a Barcelona, donde estuve tres. Son completamente distintas. Un catalán me dijo una vez: ‘Aunque Madrid lo quiera evitar no puede dejar de ser cutre’. Y eso me encanta, que Madrid, por mucho que lo intenten sus políticos no deja de ser cutre: aun no la han convertido en la postal que sí es Barcelona, un sitio demasiado para vivir».

 –¿Cuáles son las ventajas de lo cutre?

–Lo cutre es menos fácil de comercializar, más descontrolado, más espontáneo y, por lo tanto, más libre.

–¿La literatura tiene que ser cutre?

–¿Cutre? No concibo cómo puede ser cutre la literatura.

–¿Espontánea, libre?

–Cuando digo cutre más bien me refiero a un modo de organización, al acabado final, y eso no sé si es aplicable a la literatura. La literatura tiene que ser esmerada. Otra cosa son los canales de distribución y la comercialización de las obras.

–¿Cómo se consigue, entonces, que una ciudad, sin perder ese carácter espontáneo, no sea cutre?

–Creo que no se puede conseguir, ¿no?

–¿Con la sociedad, no?

–¿Cómo decirlo? La cutrez es el descontrol. Puede haber más diferencias y delincuencia. Lo contrario es lo homogéneo y obviamente hay más ciudadanos contentos con eso. Es la demagogia, el control de la media. La aspiración de toda ciudad, sobre todo cuando hay dinero, es controlar más al ciudadano, haciéndole creer que no está siendo controlado.

Astur ama Madrid, pero él nació en Grado, «la Catalunya de Asturias». Un pueblo que puede organizar mercado «dos días por semana desde hace siglos por privilegios feudales». Por eso, en aquella villa es más sencillo encontrarse a un comerciante que a un pastor. Y hay recelo respecto a Grado en los pueblos vecinos. Su padre, el señor González, era maestro y fue quien le puso Astur como segundo nombre. Convertido en su apellido literario, buscando Astur en los catálogos ya se pueden encontrar dos obras: el poemario Y encima es mi cumpleaños (2013) y la novela Quince días para acabar con el mundo (2014), en la que su nombre comparte protagonismo con Kurt Cobain en la portada. Antes ya había colado varios relatos en dos antologías, había trabajado como productor musical, creado y editado la revista ARTO! y estudiado cine. Una vida para no aburrirse de la que charló con Negra Tinta entre sorbo y sorbo de un café con leche. El nombre de la cafetería donde transcurrió la entrevista no podía ser más adecuado: Mano a mano.

–¿Habría literatura sin ese desorden?

–Supongo que la hay. ¿A nivel de inspiración? Hay una literatura muy cerebral, que podemos llamar posmoderna, donde todo está pensado al milímetro desde el principio y que es un artefacto que genera ideas –una palabra que les encanta–. A mí, personalmente, no me interesa, pero comprendo que es necesaria.

–¿Cuál te interesa?

–Una más sentimental que cerebral. Está claro que la literatura siempre necesita una historia y una estructura, una ingeniería. Pienso que del mismo modo que un edificio arquitectónicamente impresionante, pero no diseñado para que pueda vivir el hombre, [la literatura puramente cerebral] es inútil.

–¿No cumple su función?

–Cumple la función de la Columna de Trajano o de los Arcos de la Victoria de turno. Ensalzar el papel del poderoso, ya sea el capital, la iglesia o la modernidad.

–¿Quién lo hace? Dame nombres.

 –[Silencio por respuesta].

–¿Qué te inspira a ti, Manuel?

–La vida. Para contar algo tengo que vivirlo. No necesariamente, que me haya pasado a mí. No tengo que vivir la muerte de un amigo para escribir sobre ello, pero siempre tiene que partir de la experiencia propia o ajena, pero algo que he sentido. La empatía es muy importante. No se puede imaginar nada que no exista. Todo tiene que partir de la experiencia. No tengo otra manera de vivir: para escribir tengo que estar en el mundo.

Manuel Astur, escritor.

Manuel Astur, en el barrio madrileño de Lavapiés./ Lorena P. Durany

–¿Un periodista es un escritor?

 –No.

–¿Y un escritor es un poco periodista?

–Tampoco. Bueno, depende del escritor. Hay escritores muy periodísticos, claro; pero la literatura pura en su forma primera no es del todo periodística. El periodismo es parte del escritor, pero además hay un infinito de cosas.

–¿Qué más hay?

–Imaginación, sensibilidad, capacidad para ponerte en el lugar del otro y no esa necesidad de explicarlo todo desde un punta de vista racional. Realmente, el periodismo tiene la voluntad de obtener respuestas. La literatura no es que se proponga plantear preguntas. Eso me parece una horterada, ya hay demasiadas preguntas; sino que lo que propone es vivir otros mundos, otras experiencias. Educar emocionalmente, no diciendo que las cosas tienen que ser así o asá: ofrecer la posibilidad de vivir otras vidas.

–¿Si el periodismo se pareciese más a la literatura sería mejor?

–El nuevo periodismo, ya desde los años 50, y el periodismo Gonzo son muy literarios. No es que mienta, pero se aleja de la objetividad. Es principalmente subjetivo.

–¿Pero la objetividad existe?

–La objetividad puede existir. Por lo tanto [los medios] son objetivos.

–¿Qué has aplicado a tu escritura de tu paso por el periodismo?

–La capacidad de síntesis, no hacerte tantas pajas. Ir más al grano.

–¿Cómo se reconvierte uno de poeta a novelista?

–No creo que haya diferencia. Es como preguntar cómo se reconvierte uno de cantautor a tener una banda de siete miembros. No deja de ser música.

–¿Cambia el proceso mental a la hora de sentarte a escribir en verso a hacerlo en prosa?

–El sentimiento creo que es el mismo. Simplemente, la poesía no necesita ninguna historia. Son impresiones.

–Inspiración pura y dura. Más torrencial.

–Totalmente. Siempre hablo desde mi ejemplo. La poesía va surgiendo gota a gota. Hay que esperar, mientras que la novela requiere mucho más trabajo de pensar, planear e ir construyendo una estructura.

–¿El poeta es un poco músico?

–[Se lo piensa unos segundos] No… En cuanto juegas un poco con las palabras y el ritmo, sí; pero me parece un poco hortera eso que se suele decir de que la poesía y la música se parecen. La música es totalmente irracional e impulsiva. Tengo muchos amigos músicos, casi más que escritores, y sus procesos son muy diferentes. Realmente, no saben lo que están haciendo. Es inspiración pura y dura. Luego hay trabajo, posproducción y demás, pero es casi toda inspiración.

–¿La mejor música es la más irracional? ¿La que menos se retoca?

–¡Pero es que toda música es irracional! A no ser que quieras recubrirla de normas y otras tonterías.

–¿La poesía es distinta?

–Puede ser muy irracional, pero también hay poesía muy calculada. En la música, puedes medir el tiempo y otras cosas, pero el sentimiento es totalmente irracional.

–¿Pero uno no escribe versos para despertar sentimientos? 

–No tiene por qué. Hay muchos tipos de poesía. La hay más irracional y menos. Son procesos diferentes.

–¿Poesía es una palabra elitista? 

–No sé si es elitista. Lo que sí veo es que es un nicho muy estanco. Tengo la sensación de que los poetas solo leen poesía y los prosistas no la leen. Es un micromundo en el que están con sus recitales… También veo que hay exceso de poetas. Hay más poetas que lectores de poesía.

–¿Cuándo se produjo ese desfase? 

–Desde el momento en el que escribir mal la poesía es facilísimo. Darle a algo la forma de poesía es sencillo: solo tienes que darle al enter y meter frases un poco metafóricas, como todos hemos hecho de adolescentes. Todo el mundo ha escrito algún poema de adolescente: la diferencia es que entonces no teníamos los blogs para publicar y dar la brasa.

–Pero queríamos ligar igual.

–Ser especiales. Demostrarlo. Hoy en día hay blogs, conoces a gente y es más fácil [demostrarlo].

–¿Cómo se detecta un falso poema?

–[Medita].

–¿La rima tiene algo que ver?

–No. De hecho, a mí no me suele gustar la rima. Un falso poema lo detecto porque no me lo creo. No creo que lo sienta de verdad. O bien, el poeta recurre a lugares comunes, a imágenes aprendidas o es muy frío. No me creo que haya experiencia detrás.

Manuel Astur, escritor.

«La maquinaria del sistema se puede frenar no culpando a los otros sino culpándote a ti mismo.» / L.P. Durany

La maquinaria del sistema se puede frenar no culpando a los otros sino culpándote a ti mismo

–¿Quién fue el primer poeta que te gustó? No tiene porque ser muy conocido.

–Déjame pensar [se toma unos segundos mientras arruga un envoltorio de azúcar]. Creo que William Carlos Williams… T.S. Elliot… y Juan Ramón Jiménez.

–¿Tenías a algún poeta que no supiera que era poeta?

–Es que mi hermana es poeta y mi padre es escritor.

–Blanco y en botella. ¿Quién fue Kurt Cobain? ¿Fue un poeta?

–Sí, fue un poeta… ¡Es que no soporto la palabra poeta! ¡Casi me lo tomo como una ofensa! La palabra poeta…

–¿Quién fue?

–Alguien necesario. Kurt Cobain fue necesario en su momento: encauzó las energías de una generación sin ser consciente de ello. Ni él mismo esperaba llegar a ese nivel. Fue más bien un médium del momento, del inconsciente colectivo. Todo el mundo se fijó en él. Fue un símbolo.

–¿Cobain quería que se fijaran en él o simplemente puso su mierda encima de la mesa?

–Si sacó discos supongo que quería que se fijaran en él. Otra cosa es el nivel al que llegó. Si se pegó un tiro fue por algo. No estaba cómodo en su papel de líder generacional. No dejaba de ser un pobre hombre que no tenía respuestas. A mí me pareció bastante maravilloso. Fue la primera estrella globalizada que llegó a España: antes de Jim Morrison o Janis Joplin no se enteraba ni Dios. Los Beatles solo actuaron una vez y no se enteró nadie. Creo que [el cantante de Nirvana] fue el primero que llegó globalizado. Que un chaval de 16 años en las montañas de Asturias se sienta fascinado por lo que hace un tipo en Seattle me parece maravilloso.

–En los dos sitios llueve bastante.

–Sí, pero no deja de ser irónico. Es una paradoja muy bonita.

–¿Por qué las movidas mentales de un veinteañero de Seattle pueden conectar con personas de culturas totalmente distintas?

–Porque el arte no tiene fronteras. Si las tiene es folclore, no es arte. El arte tiene que aspirar a lo universal.

–¿Hay miedo a mezclar artes?

–No creo porque se están mezclando constantemente.

–¿Estamos condenados a autodestruirnos, como Cobain?

–[Ríe para sí mismo]. ¿De quién hablas, de la sociedad?

–Del individuo.

–No.

–¿Cuáles pueden ser las vías de escape? Aparte de pegarse un tiro.

–¿Vías de escape a qué? ¿Por qué tienes que escapar de nada? Nadie te obliga a hacer lo que haces. Nadie te pone una pistola en la cabeza para que sigas en un trabajo que odios; «y púdrete». Nadie te dice: «Siéntete frustrado porque no encuentras trabajo». Nadie te dijo que estudiaras una licenciatura en Empresariales. Tú mismo te dejaste convencer. O quisiste convencerte. Nunca nada está perdido  si tenemos el valor de admitir que está perdido –creo que lo dijo Cortázar.

–Te he leído en una entrevista que dejabas atrás el fatalismo del veinteañero. ¿Hace diez años eras muy diferente?

–Hace diez años era un gilipollas integral, era un capuyo. Estábamos en pleno boom: generacional, económico y de todo. Y vivíamos de prestado. Ya sea con créditos [pedidos] a los bancos, ya sea con ideas que no eran nuestras o promesas de futuro que no se iban a cumplir. Hace diez años pensaba que ser un empresario de éxito era equivalente a ser un artista. Y como yo lo creía mucha gente. De hecho, Steve Jobs era como Jesucristo cuando no deja de ser un hijo de puta y un subnormal que solo se preocupaba de ganar dinero. Si en vez de haber invertido todo su tiempo y talento en ganar dinero lo hubiera invertido en encontrar la cura contra el cáncer, seguramente no estaría muerto. Hace diez años yo era un mequetrefe.

–¿Había profetas de lo que iba a pasar a nivel económico y social?

–Muchos.

–¿Escuchaste a alguno?

–Se veía venir. Otra cosa es que quieras escucharlo. «¡Mira, vamos para otro lado!». Teníamos anteojeras. Obviamente, si pides un crédito de 200.000 euros para comprarte un piso de mierda y ganas 1.000… Va a pasar algo malo. No puede ser. Me acuerdo del típico consejo de amigo: «¡Ah!, ¿pero vives de alquiler? Si por lo que pagas de alquiler, te lo compras». Sí, a 20 años.

–Y, luego, métete en una multipropiedad en la playa.

–Claro, y eso pasaba a todos los niveles. A nivel de ego, también.

–¿Influenciaba eso a la literatura?

–Muchísimo. Personalmente, considero que la época de los dosmiles, fue estúpida, fatua y supercialidad, en la que todo era entretenimiento. En el arte se reflejaba. La música era solo para bailar –con excepciones– y la literatura, la que triunfaba, era un canto al mero entretenimiento y al virtuosismo tecnológico.

–¿Y esa cultura del mero entretenimiento es necesaria? ¿Un libro tuyo puede entretener y ser crítico a la vez?

–Un libro mío entretiene muchísimo. Es necesario. La maquinaria del sistema se puede frenar no culpando a los otros sino culpándote a ti mismo. Siendo consciente de tus errores internos y de los engranajes mentales que tienes con respecto al éxito o al fracaso. Tenemos tendencia, sobre todo nuestra generación, a comportarnos en la vida como si fuéramos empresas. Una empresa tiene siempre que crecer, no se puede estancar. Tiene que mejorar, mejorar y mejorar… cada vez más beneficios. Tiene que subir, está en bolsa, y necesita más beneficios, aunque se destruyan a sí mismas. Tenemos tendencia a comportarnos así. Si nos tiramos unos años siendo iguales tenemos la sensación de que hemos fracasado. Es una estupidez. El fracaso no existe.

–¿También hay tendencia a olvidarte de quién eras? A decir ahora: «Esto yo ya lo veía venir». A decir que hace diez años uno se comportaba como un ser libre y crítico.

–Yo no me comportaba como un ser libre y crítico. A posteriori, todo es muy fácil. Siempre pasa igual. Hablas con cualquiera de 30 años y sus padres eran comunistas cuando Franco. Dices, ¡joder! ¡Hostia! Había 5.000 afiliados al PCE en España en el año 1972 y si te pones a contar ahora había 2 millones. Todos eran antifranquistas. No. Si ahora hubiera un dictador, todos serían partidarios de ese dictador.

–Es un poco lo que ocurre con el PP. Muchos no admiten que le votan y luego, en las elecciones, ‘zasca’. En Barcelona eso se ve mucho. Salvo en determinados círculos, nadie admite públicamente que vota al PP. Y luego tiene siete concejales en una ciudad de casi dos millones de habitantes.

–En Barcelona es la minoría y tiene miedo. Son casi como los católicos en las catacumbas. Están perseguidos. Queda mal. Te puedes meter en líos si dices que votas al PP. En nuestro día a día nos dejamos llevar por inercias, no nos paramos a pensar demasiado. Si lo hiciéramos sería una absoluta locura.

–Me han soplado que dos escritores a los que admiras bastante son Malaparte y Hamsun. Hicieron viajes diferentes en lo ideológico. 

–Sí. Fueron sinceros consigo mismos.

–¿Qué te gusta de cada cual?

–Literariamente me parecen maravillosos los dos. Dos vanguardistas increíbles que nunca se rindieron a lo que se suponía que tenían que hacer en la época. Ambos vivieron mucho.

–Se pringaron.

–Se implicaron: eran literatura viviente. Se puede hacer novelas con sus vidas, de hecho se han hecho varias. Con todas sus consecuencias. Hay que ser generoso con los aciertos y los errores, sobre todo con los errores. No ser un temeroso políticamente correcto.

–Antes decías que solo podías escribir lo que hubieras vivido. Tu vida tiene que ser interesante por narices.

–A mí me lo parece. No me he aburrido ni un día en mis 34 años de vida. No tengo capacidad para aburrirme. No sé lo que es eso. No hace falta vivirlo para contarlo. El realismo es imposible y un coñazo. No soy partidario del realismo.

–¿No te molaría ver una película que durara hora y media en tiempo real?

–Si justamente en esa hora y media pasa algo interesante… La literatura es comunicación y si quiero contar algo que me ha pasado o expresar algo, tendré que exagerar un poco. Decorarlo. Hacerlo más interesante de lo que es de verdad. Si le preguntas a alguien qué tal está no te va a decir: «Mira me he levantado, he tomado un café, he cagado… ¡Era grumosa, no muy sólida!». Eso es un coñazo. Si le ha pasado algo interesante, te lo cuenta. Solo eso. La literatura tiene mucho de eso: solo cuenta lo interesa.

El poeta ve la realidad llena de "texturas y sensaciones". / Lorena P. Durany

El poeta ve la realidad llena de «texturas y sensaciones». / Lorena P. Durany

–¿Y eso de que la realidad supera a la ficción?

–No creo.

–La realidad es cutre, ¿no?

–No, la realidad es maravillosa. Me encanta la realidad, joder, vivo en ella. Intento ser realista en mi día a día. Se suele relacionar realidad con sucio, frío y desangelado cuando es todo lo contrario. Está llena de texturas y sensaciones.

–Volviendo a Malaparte y Hamsun, ¿te jode que a un escritor o un creador se le juzgue por sus ideas políticas o por quién fueron  sus amigos?

–Me jode que se juzgue su obra. Hay que juzgar el valor de su obra. Hay grandes escritores que son personas espantosas y otros que son personas maravillosas y escriben libros de mierda. Obviamente, la realidad se nutre del autor.

–¿Cuál es el problema? ¿La idolatría?

–La tendencia a mezclar autor y obra. Con mi novela me he encontrado esto: hay quien me dice que es autobiográfica. ¿Pero cómo que es autobiográfica? ¿Tú eres gilipollas?  ¡Si me conoces desde hace 20 años, no es autobiográfica! Siempre existe esa tendencia de querer comprender las cosas de un modo literal.

–Así que con 14 años no querías destruir el mundo en 15 días. 

–Yo era muy feliz, la adolescencia fue maravillosa.

–¿Te ves en Asturias de nuevo?

–Sí, de viejo. Puede. Es que llueve demasiado. Me jode la lluvia, no me inspira demasiado.

–¿Qué te inspira, el sol? Hemos entrevistado precisamente a otro poeta [Hovik Keuchkerian] que nos dijo que no podía escribir nada a no ser que estuviera lloviendo.

–A mí me inspira más la luz.

–¿Alguna en especial?

–La de Madrid, me encanta. Es limpia, definida, luminosa, perfila muy bien las geometrías. Me gusta mucho: esa casi religiosa, casi mágica.

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