[Microrrelato]

Había una vez un hombre que siempre iba a la misma cafetería, siempre a la misma hora y siempre cargado con un fajo de periódicos, unas tijeras y un pequeño cuaderno. Ese hombre siempre se sentaba en la mesa que daba a la ventana aunque el paso de la gente nunca le distraía. Yo le observaba recortar con sumo cuidado trozos de esos diarios y con el mismo mimo pegarlos en su cuaderno. Había veces que el recorte no cabía y con un mohín de resignación los doblaba hasta que encajaban perfectamente en la página.

No sé cuando empezó, pero debe de haber sido hace mucho tiempo porque el cuaderno se hacía difícil de cerrar, engordado gracias a las palabras y las fotografías que habitaban ahora en él. Un día, cuando el paso de las estaciones se había hecho patente, decidí acercarme. Retiré la silla con cuidado y me senté a su lado.

–¿Qué hace con esos recortes? –susurré.

–Ya era hora de que me preguntara. Colecciono todos aquellos sueños o vidas que me gustaría vivir, hazañas que me gustaría realizar, países a los que me gustaría viajar. Lugares, sucesos, gentes… Las cosas extraordinarias de la vida, joven. Son como los barcos de papel: te ilusionas cuando los construyes pero sabes que jamás podrás navegar. Sólo te queda soñar.

Fotografía: M. Martín Vicente 

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