Si cada vez que bajas del escenario están todas deseando sorber tus huesos en una marmita… Siempre, me comento a mí misma, qué frase maravillosa voy a decirle a un tío que sabe (en este caso) que es un puto genio. Todas y cada una de las presentes hemos venido a verte, es demasiado evidente. Quizás, un “ha estado bien”, no muy efusivo. Sí, podría ser…

Da igual la brillantez que se me ocurra, al final, sólo me mirarás las tetas. Eso es así, no eres tan distinto, amigo. Como todos. Luego, ya, si acaso, te fijarás en lo discursivo. Bueno, si fuera muy fea, sí que te fijarías en lo que digo, qué remedio. Como eres bueno –muy bueno– en lo tuyo no voy a deslumbrarte ni a regalarte los oídos, sería absurdo. Est(ar)ás harto.

La gente como tú, necesita que os digan: «Sí, tío, lo has hecho bien, sí, pero tampoco te flipes, que aún no eres… un semidiós terrenal». Para qué decirte cómo molas. Para qué. Me importa una mierda contarte maravillas de tu directo, si como tú a mí, lo único que quiero es follarte.

Estás tan acostumbrado. Lo sabes perfectamente, desde que te levantas hasta que te acuestas. Chicas, Ángel, está hasta el coño de oír siempre lo mismo. A no ser que seas un superególatra, entonces, no me comerás el coño.

(Siempre tienen que comérnoslo, antes que comérsela)

Stanich, me lo tienes que comer, y nada de pensarte que me estás haciendo un favor.

Por que, luego, lo sé, te colgarás por una atormentada, de estas intensas. De las que están ahí siempre al borde del precipicio. Pero, a esas no las conoces en los conciertos, esas te abordan en los cafés de artistas. De esta velada te irás con una buena choni, con pasado bakala, por experimentar, o con una que te descubrió por la radio mientras trasplantaba geranios. O conmigo. Luego, sé que voy a ser una más. Pero esta noche, no. Y tú, al final, también eres uno más. Sólo que… lo haces de putamadre.

Venga, ¿así va bien? ¿o prefieres tú en el rol de superestrella y yo, en plan supergroupie?

Eres un cabronazo inconmensurable y, por supuesto, lo sabes. Cómo despliegas tus velas. Cómo destrozas con metáforas exigentes. Cómo te expandes en el escenario. Cómo eres consciente de ti mismo, de esa nebulosa que te envuelve y que tan bien llevas –a la hipérbole– sobre las tablas.

Críptico y crudo. Enérgico y frágil.

Los susurros graves tratando al respetable de usted en estupendas alocuciones, con una soltura y una cadencia propias de un genuino (y mordaz) maestro de ceremonias.

Agazapado bajo la masa arbórea que enmarca tu rostro. Con la delgadez y el aura de una rock star que amaneciera devorando un cuerpo cuyo nombre no es capaz de recordar.

Stanich Concierto

Desde el Amanecer caníbal se aprecia el génesis de una estrella. El líder de la manada, da igual quien toque a tu lado:

Corizonas.
Sidonie.
Ese bajista con la inocencia de Clark Kent.
El derroche del corredor de 3.000 obstáculos alrededor de la batería.
La pose absoluta y magistral, a la guitarra, de un cruce entre Skeet Ulrich y Ray Loriga.

Eres aquel joven que me pidió fuego en el paseo de Sun Thunder, por entonces no llevabas un león adherido a tu faz. Una amiga y yo andábamos en bici por toda la orilla cantábrica hasta el fin del mundo, y en ocasiones, cautivábamos a incautos poetas. Cargabas tu guitarra con triste elegancia y, recuerdo, una profundidad densa al sostener tu mirada.

Las chicas en la Wah Wah suspiran por ser inspiratrices de tus poemas.

La fiereza de aquel montañés aquilino aflora cuando cantas de perfil y una bocanada, verde como los prados del Tercio Norte, surge de ti en forma de cántico hipnótico. Qué hijodeputa. No sólo eres Bob Dylan caído en una marmita lisérgica o Albert Pla cruzado con Quique González. En escena, eres también un bastardo de Bunbury con una hija de Sabina.

La meticulosa calma en tu desfiladero, llanero solitario. Gracias por ese Bleeding muddy water que habría emocionado al puto Lanegan. Como aquella madrugada en que Johnny Cash se apoderó de Hurt, quiero escucharte cantar …upon my liar’s chair... Así que, venga, apréndetela ya. Que no, tonto, que ya sé que te la sabes. Pero quiero oírte cantarla. Y que me lo comas.

Colisión en tu propia cumbre, te resultan indeferentes otras cimas. Predicas en tus páramos y las hordas aumentan a tu paso, cautivadas por ese magnetismo indefinible de los profetas. Qué cabrón. Cómo conspiras con el público para una conjura absorbente, una espiral en torno a ti, oh, fakir del desierto.

Un día de estos tenemos que quedar, sin que las groupies revoloteen descentrándote, después de la tormenta de endorfinas desatada desde que empiezas a taconear hasta que rompes cuerdas, y más allá.

Fluye el deseo en el ambiente. Ellas te anhelan. Ellos se preguntan cómo poder molar un ápice esta noche. Es como quedar con una tío y ver Shame, la presencia de Fassbender será ineludible. Pues así pasa contigo. Menos mal que iba con mi prima, a la que ya tenías encandilada. Pero si llego a quedar con un pavo, da igual cuán guay intentara mostrarse, después de ver tu derroche escénico, sería –y se sentiría– un tipo corriente. O no. Tendré que ver a qué tío llevo conmigo la próxima ocasión que acuda a observar cómo sigues persiguiendo a ese Stanich cuyo paradero no cesas de buscar en ti.

Un besito, vaquero.

Olivia Caplliure

PD: No hace falta que te toques tanto la melena para las fotos ni que te meses la barbota esa tras la que te escondes y, que sí, que te sienta estupendamente.

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