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Lo que pasó antes de la guerra lo ha olvidado casi todo, pero sí recuerda perfectamente su identidad. El periodista y escritor Muhammad Bitari nació en el campo de refugiados palestino de Yarmuk, al sur de Damasco. Sus abuelos huyeron de Nazaret en 1948 con el nacimiento del creciente Estado de Israel. “Del pueblo de mis abuelos huyó poca gente, solo se marcharon las familias disidentes que lucharon contra la ocupación y que eran perseguidas por las milicias de Israel”, explica Bitari recordando las historias que le contaba su abuela, de la cual aún guarda algunas pertenencias. “Cuando marché de Siria me llevé libros, las llaves de mi casa y una vieja alfombra de mi abuela procedente de su casa de Nazaret”. Para este joven palestino sirio, su abuela lo es todo. “Es mi abuela, mi madre y la Tierra que jamás he visto y que jamás he vivido. Ella es mi memoria de Palestina”, susurra Bitari con la voz entrecortada mientras intenta recordar su infancia en Yarmuk.

Este campo de refugiados palestino fue refugio de la revolución. Acogió rebeldes y sucumbió a las protestas contra un régimen con el que hasta el momento se había entendido. Y es que, a diferencia del Líbano o Jordania, los palestinos disfrutan en Siria de los mismos derechos y obligaciones que los ciudadanos sirios. “La situación de los refugiados en Siria no es como en España. Allí nunca me han invitado a una charla y en el cartel han puesto ‘con nosotros el refugiado palestino tal’. Nunca me he sentido diferente”, describe. 

“Mi herida son los libros que dejé”

Haciendo memoria de los recuerdos olvidados, Muhammad Bitari deja al descubierto su una de las pérdidas que le ha dejado la guerra: sus libros. “Los libros fue lo primero que metí en la maleta antes de huir al Líbano y cuando mis padres dejaron Yarmuk me enviaron los que pudieron, pero una gran biblioteca se quedó allí, entre la guerra y bajo un asedio constante. Esta es mi herida”. Cuando los islamistas de Daesh entraron en Yarmuk y se hicieron con el control del 80 por ciento del campo, las bombas caían a diario y el asedio era constante. Bitari tiene tíos y primos que aún resisten en Yarmuk y es gracias a ellos que sabe de primera mano lo que ocurre en las calles donde jugaba de niño. “Mi casa está completamente destruida y la casa de mi familia, dañada”. Es por esto que la herida literaria no se ha cerrado a pesar de los tres años que lleva viviendo en España.

Para saldar cuentas con la literatura y la revolución, Muhammad Bitari tiene una nueva meta. Desde hace tiempo, se dedica a recopilar poemas de seis escritores sirios oscurecidos por el eclipse de la guerra, con el objetivo de traducirlos al español y publicar un libro en su honor. “En un momento dado te encuentras con poetas y escritores atrapados en un conflicto que ha partido de la revolución y que, por lo tanto, tienen mucho que decir, pero sin embargo jamás serán llegaran a explicarlo al mundo. Ahí es donde entro yo. Recopilo textos de escritores y escritoras que relatan su situación en la guerra, escriben desde la cárcel o desde el exilio, ya sea el exilio en países árabes o en Europa”, relata. Para Bitari, esto no pretende ser solamente una antología poética, sino también una narración de la revolución. Los textos circulan entre los amigos y se los pasan a escondidas para no ser detectados por el régimen, y es que según explica, algunos de los escritores aún están atrapados en el sur de Damasco.

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Elixir de poesía para los oídos

Actualmente hay pocas traducciones de poesía árabe en español y las que hay normalmente son de literatura clásica. Para acercar este registro literario a la sociedad y dar voz a los poetas silenciados de Siria, Muhammad Bitari ha participado recientemente en el Festival de Poesía Elixir, que se celebra anualmente en la ciudad de Terrassa (Barcelona). Con textos suyos y de su compañero de fatigas Talal Bu Khader –actualmente vive en Turquía– pretende sacar los sentimientos a flor de piel con una melodía recitada en árabe que enmudece a los oyentes cuando escuchan su traducción. Poemas del temor al agua y a un mar mediterráneo que engulle miles de historias que quedan silenciadas para siempre o escritos del uso de armas químicas sobre una población civil que grita con desesperación a los oídos de Occidente, son algunas de las joyas que Bitari conserva en su memoria y que prestará a los oídos de las más de 600 personas que compartirán la noche del viernes con este joven palestino sirio.

Precisamente sus escritos fueron motivo de sus detenciones en Siria. “Iba con mi madre por la calle y ya era oscuro. Me tiraron al suelo, me esposaron y me vendaron los ojos. Mi madre se desmayó”. Bitari relata que en todo momento sabía donde le llevaban porqué contaba los semáforos. “Conozco Damasco como la palma de mi mano porqué trabajé como guía turístico para los españoles que visitaban el país antes de 2011. Aquello era una locura, Damasco estaba tan lleno de españoles que pidieron que los estudiantes de filología hispánica hicieran de guías”, recuerda. Una celda de un metro cuadrado y torturas sin más es lo único que explica de sus últimos meses en el país que le vio nacer y crecer. “La segunda vez que me detuvieron me avisaron que a la tercera no saldría vivo. Entonces tomé la decisión de dejarlo todo para no morir”.

Olvido contra el dolor

Explicar de nuevo su historia le ha hecho recordar. Cuando cayó Hosni Mubarak en Egipto fueron con un amigo mío que ahora está en Alemania a manifestarse. Delante de la embajada egipcia en Damasco estaban solos, cogidos de la mano de la ilusión. “Ahí empezaron nuestras ganas por hacer la revolución. Teníamos un sueño y lo tocábamos con la punta de los dedos. Yo tenía 21 años, y fue la primera vez en mi vida que grité hasta ahogarme la palabra libertad”. Ese compañero de viaje y muchos otros, que junto a él gritaron por primera vez libertad a los cuatro vientos, han sufrido destinos diferentes. Algunos se han abrazado al exilio y otros a la muerte. “Desde que llegué aquí no memorizo nombres nuevos, ni establezco fuertes relaciones con la gente, porqué si después pasa algo, te afecta más. Más gente, más daño. Menos gente, menos sufres”. Con la misma frialdad que pronuncia estas palabras y a pesar de que explicar de nuevo su historia le haya hecho recordar, Muhammad Bitari reitera que la guerra le ha hecho olvidar. En definitiva, un caparazón para combatir el dolor, que canaliza a través de cada una de las palabras que configuran sus escritos y poemas.

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